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Vístete bien, que un palo compuesto no parece palo. No digo que traigas dijes ni galas, ni que siendo juez te vistas como soldado, sino que te adornes con el hábito que tu oficio requiere, con tal que sea limpio y bien compuesto.

Dices que yo iré a pagarlo... Oye, oye, no traigas eso. ¡Si no lo va a querer tomar...! Tráete una vara. No, no traigas tampoco vara... Te pasas por la droguería y pides diez céntimos de sanguinaria. A me va a dar algo...». Estaba en efecto amenazada de un arrebato de sangre, y la cosa no era para menos. Nunca había visto en su sobrino un rasgo de independencia como el que acababa de ver.

No es Narcisito, es mamá quien me responde muy picada. Afirma que no me trae el tirano a casa, sino que se va ella a la casa del tirano y me deja aquí sola. Oye, mamá. Por Dios no me dejes sola. Perdóname. Yo seré buena. Vuélvete a casa y vive conmigo, aunque me traigas también a tu tirano.

Pues bueno: aquí tienes perchas, con su guardapolvo correspondiente, clavadas en la pared... y en la de enfrente ese armario desocupado, en que puedes meter una tienda de ropa... Me parecepispajo! que por mucha que traigas, entre él y la cómoda y las perchas, con sobras te ha de caber... Para tus rezos, porque alguno usarás, como buen cristiano que eres, al meterte en la cama y al salir de ella, ahí tienes, a la cabecera, a Dios Nuestro Señor en cruz, y la benditera al lado, con su agua correspondiente, y su ramuco de laurel bendito, por si quieres rociarla por el cuarto; porque el demonio no descansa un punto, y se cuela por el ojo de una cerradura.

10 Entonces él se levantó, y se fue a Sarepta. 11 Y yendo ella para traérselo, él la volvió a llamar, y le dijo: Te ruego que me traigas también un bocado de pan en tu mano.

Me ha dicho Balbina que ayer despediste a tus criadas. MÁXIMO. Me servían detestablemente, me robaban... Estoy solo con el ordenanza y la niñera. EVARISTA. Vente a comer aquí. MÁXIMO. ¿Y dejo a los chicos allá? Si les traigo, molestan a usted y le trastornan toda la casa. EVARISTA. No me los traigas, no. Adoro a las criaturas; pero a mi lado no las quiero.

Por último, cogiendo al banquero por la solapa de su gabán de pieles, le dijo atropellándose por la ira: Por supuesto; esos dos puercos, el empleado y el inspector, quedarán a escape cesantes. Veremos, veremos respondió el duque, inquieto y confuso. Ya está visto. Hasta que me traigas su cesantía no te presentes en mi casa, porque no te recibo. #Los amores de Raimundo.#

Esta satisfacción tenía dos motivos de índole sentimental: que era El Liberal y se publicaba en Sevilla. Al empezar, dije á Manuel Chaves: ¿Por qué no haces una sección tuya, en que nos traigas algo de lo mucho que sabes y conoces, acomodándolo al paladar del público numeroso y al molde especial del público moderno?

No qué demonio de escoba misteriosa hay en estos ámbitos para el dinero. En cuanto entras en ellos con guita, te la barren, a pocos deseos que traigas de probar fortuna. Créete que, en buena ley, esto debía arder por los cuatro costados. ¿Por qué lo frecuentas, si tan malo te parece? Porque no otra cosa; porque somos así todos los que aquí venimos. ¡Ay, Manolo!

Pero bien pronto aquella ternura mimosa, o más bien pueril pasividad de que antes hablé, le inspiró confianzas que nunca había tenido. «No es preciso, hijita, que traigas el cajoncillo. Toma la llave y saca lo que te parezca prudente». La señora así lo hacía.