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Actualizado: 29 de junio de 2025
«Mamá, por las llagas y por todos los clavos de Cristo, no me traigas acá a Aparisi... Ahora le da porque todo ha de ser obvio... obvio por arriba, obvio por abajo. Si me le traes le echo a cajas destempladas». Vaya, no digas tonterías. Puede que entre a saludarte; pero saldrá en seguida. ¿Quién ha entrado ahora?... ¡Ah!, me parece que es Guillermina. Tampoco la quiero ver.
Pues digo que traigas para ella del de a cuatro reales, que sin duda le sabrá a gloria: yo dudo que en su casa cate ella otra cosa que el de tres... Estoy pensando en el regalo que tenemos que hacer al médico, y en eso se nos van a ir todos nuestros ahorros. Y gracias que no me traiga acá un oculista, que si lo llega a traer, apaga y vámonos.
Pues aunque te tengo dicho que no me traigas sobras de ninguna casa, pues prefiero la miseria que me ha enviado Dios, a chupar huesos de otras mesas... como te conozco, no dudo que habrás traído algo. ¿Dónde tienes la cesta?».
Nada de esto ni de otro tanto más sabía Leto aquella tarde; como no sabía que habiendo husmeado estas cosas los Vélez desde su palomar de la Costanilla, y manifestado por aquellos días el entristecido Manrique propósitos de intimar el trato de los Bermúdez para realizar un determinado plan que había ideado y declaró a su hermana, ésta le dijo, irguiéndose pálida y seca, como una tibia muy grande: Te juro que arderá este palacio por las cuatro esquinas, en cuanto tú me traigas a él una cuñada de esa traza.
Ya sabes que tu hermana siempre me está pidiendo libros que leer; y que yo la llevo novelas; a una mujer no le vamos a dar la colección legislativa. Pues bien; el domingo pasado, al devolverme el penúltimo tomo de Nuestra Señora de París y otro de Ivanhoe, me dijo: «No me traigas más, Millán; ahora no puedo distraerme, tengo mucho que trabajar.» No es verdad: hace dos semanas que no le dan labor.
No traigas vino, pues ya sabes que yo no lo gasto por ahora. El médico me dice que tome un dedito de Jerez; pero no lo compres. Si doña Tula te manda las dos botellas que te prometió, lo tomaré; si no, no. Si Candidita sigue viniendo por las mañanas y es forzoso darle la jicarita de chocolate... ¿Me podrá oír? No, no hay nadie.
Era entonces cuando buscaba enardecida los libros devotos para aplacar en los manantiales de su doctrina la sed y la fatiga del corazón. En aquel libro de tapas azules y letras de oro que Salvador le enviara en secreto, con una carta insinuante y tierna, había leído Carmen con emoción: «No traigas yugo con los impíos, porque ¿qué comunicación tiene la justicia con la injusticia?
No me traigas pan alto, sino francés». Frente a Frasquito se sentaban dos que comían guisado, en un solo plato grande, ración de dos reales, y más allá, en el ángulo opuesto, un individuo que despachaba pausada y metódicamente una ración de caracoles.
Palabra del Dia
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