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CUESTA. Para que pueda decirse una vez más que no hay paraíso sin serpiente. PANTOJA. ¡Oh, no! ¡Serpiente ya teníamos! CUESTA. Otra cosa: ¿no se ha enterado usted de la millonada que les traigo? Sí, ya sé... ya... Hemos ganado una enormidad. CUESTA. Evarista completará su magna obra de piedad... Sí. CUESTA. Y usted dedicará mayores recursos a San José de la Penitencia. CUESTA. Que...
En mis tiempos de chico, hablaba mucho de minerales y de filones de hierro un señor que se llamaba don Juan Beracochea, de quien la gente solía burlarse porque andaba con un criado suyo haciendo excursiones por los montes próximos, y decía que los alrededores de Izarte valían una millonada.
Te vas a llevar lo mejor de esta tierra, la perla de Jerez y su campo. ¿Ves toda la viña de Marchamalo, que vale una millonada?... Pues ná: aquí lo bueno es esta mocita, este cachito de gracia. Y esto te lo llevas tú, ladrón... sinvergüenza. Y Rafael reía como un bendito, lo mismo que el señor Fermín. ¡Pero qué don Luis tan gracioso y tan bueno!
¿Querías que dejase pasar tan buena proporción de ser señora principal y millonada? ¿Tan mal me quieres, egoísta? No porque te quiero mal, sino porque te quiero á manta, lo siento y lo lloro. Y Tomasuelo lloraba en efecto. Anda, no llores, majadero. ¡Si vieses qué feo te pones! ¿Quién ha visto llorar á un hombrón como un castillo? Pero ¡si no puedo remediarlo!
El rey era su amigo; el presidente del Consejo de ministros preguntaba por su salud siempre que recibía una cornada. Era una gloria nacional, y Mina le siguió durante unas semanas de plaza en plaza. Pero, al fin, el héroe tuvo la misma suerte que los otros. No se atrevía á resistir la mirada de la millonada; balbuceaba al contestarle.
Palabra del Dia
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