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Actualizado: 26 de junio de 2025
ELECTRA. Mi madre... No se asombre usted... Mi madre puede decirme... y luego aconsejarme... ¿No cree usted que las personas que están en el otro mundo pueden venir al nuestro? Yo sí. Lo creo porque lo he visto. Yo he visto a mi madre. EVARISTA. ¡Virgen del Carmen, cómo está esa pobre cabeza! ELECTRA. Cuando yo era una chiquilla de este tamaño... EVARISTA. ¿En las Ursulinas de Bayona?
Ya me ha dicho éste que preparamos una operación extensa. Toma. EVARISTA. No me asombraré de verle a usted entrar con otra carga de dinero... Dios lo manda. Al ver a su tía, vacila, no se atreve a pasar. Arráncase al fin, tratando de escabullirse. ELECTRA. En el cuarto de la plancha. Fui a que Patros me planchara un peto... EVARISTA. ¡Y te estás con esa calma! ELECTRA. Una carta.
EVARISTA. En su testamento, Leonardo instituye a Electra heredera de la mitad de su fortuna... DOROTEA. ¡Ah! EVARISTA. Pero con la expresa condición de que la niña ha de abandonar la vida religiosa. ¿Sabe usted si está enterado de estas cosas Don Salvador? DOROTEA. Supongo que sí, porque él todo lo sabe, y lo que no sabe lo adivina. EVARISTA. Así es. El señor Don Urbano. Las mismas; DON URBANO.
Allí, juntas las dos, juntas mi madre y yo, yo le contaré mis penas, y ella me dirá las verdades... las verdades. Es la ocasión. Aprovechémosla. EVARISTA. Hija mía, te llevaremos a la paz, al descanso. MÁXIMO. No es esa la paz. El descanso y la razón están aquí. ELECTRA. Máximo, adiós. No te pertenezco: pertenezco a mi dolor... Mi madre me llama a su lado. MÁXIMO. ¡Su voz!
ELECTRA. Silencio... Me llama, me llama. EVARISTA. ¡Hija, vuelve en ti! ELECTRA. ¿Oís?... Voy, madre mía. A ti no... A mí sola. ¿No oís la voz que dice ¡Eleeeectra!...? Voy a ti, madre querida. MÁXIMO. Iniquidad! Para poder robármela le han quitado la razón. MARQU
Amor mío, duérmete. No temas, hijo... No te suelto. EVARISTA. ¿Pero vamos o no? ELECTRA. Yo no voy... ¿Tienes hambre, sol mío? ¿tienes sed? Ved cómo a mí se agarra el pobrecito pidiéndome que no le abandone. ¡Egoístas! ¿No sabéis que no tiene madre? PANTOJA. Pero alguien tendrá que le cuide... Ea, basta. Llevadle pronto a su casa. PANTOJA. ¡Qué escándalo! EVARISTA. ¡Qué falta de sentido!
Por esto Evarista, que es la misma previsión, ha pensado en someterla a un régimen sanitario en San José de la Penitencia. CUESTA. Permíteme, querido Urbano, que disienta de vuestras opiniones. Dirás tú que quien me mete a mí... DON URBANO. Al contrario... Como buen amigo de la casa, puedes darnos tu parecer, aconsejarnos...
PANTOJA. A marcarle sus caminos, a señalarle fines elevados... EVARISTA. Derecho que implica deberes inexcusables... PANTOJA. ¡Oh! ¡Cuánto agradezco a usted que así lo reconozca, amiga del alma! ¡Yo temía que mi confidencia de anoche, historia funesta que ennegrece los mejores años de mi vida, me haría perder su estimación! EVARISTA. No, amigo mío.
Todo el tiempo que le dejan libre sus obligaciones religiosas, y algo más que ella se toma, lo pasa embebecida en el patio donde tenemos nuestro camposanto, y en la huerta cercana. Allí, como en nuestro dormitorio, la idea de su madre absorbe su espíritu. EVARISTA. Dígame otra cosa: ¿Se acuerda de Máximo? ¿Piensa en él?
Anoche el Marqués de Ronda, en la tertulia de su casa, delante de Virginia, su santa esposa, y de otras personas de grandísimo respeto, no cesaba de encomiar las gracias de Electra en términos harto mundanos, repugnantes. EVARISTA. Tengamos paciencia, amigo mío... PANTOJA. Paciencia... sí, paciencia; virtud que vale muy poco si no se avalora con la resolución.
Palabra del Dia
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