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¡Buen par de chiflados estáis los dos! dijo para D. Evaristo mirando con curiosidad el portillo que en la dentadura tenía Refugio. ¡Dale, bola!... replicó Maxi . Si no es eso... Yo, ¿soy yo?... ¿me reconozco como tal yo en todos mis actos? No, yo no soy más que un accidente del concierto total; yo no me pertenezco, soy un fenómeno.

No me pertenezco: usted es mi padre: mi amor y mi agradecimiento me mandan obedecer a usted: si así no fuera, hace mucho tiempo que habría tomado un partido cualquiera. Pero no quise tomarle sin conocimiento de usted. Y como no sabía donde usted se encontraba... como durante seis años no ha escrito usted una sola carta... ¿Y para qué? ¿Para qué?

Yo pertenezco a la burguesía y que si ella muestra a la plebe crédula un paraíso distante, de goces inefables, es para apartar la atención de sus cofres repletos y de la abundancia de sus sementeras. Después, más inquieto, hice decir millares de misas, rezadas y cantadas, para desagraviar al alma errante de Ti-Chin-Fú. ¡Pueril desvarío de un cerebro peninsular!

Yo desde hoy, ya no pertenezco a la tierra, sino a mi hija solamente; desde mañana nadie volverá a verme ni yo tampoco veré a nadie en París. Aquí viviré solo y retirado y en esa casa que ahí tengo y cuyas ventanas, como ustedes ven, dan a este cementerio, aguardaré resignado hasta que Dios señale la fecha que en la losa dejé en blanco.

«Ignoro proseguí vivamente, si nuestras leyes condenan o permiten semejante unión... Pero a mis ojos es valedera; porque delante de Dios, que me está escuchando, se celebre, o no, nuestro enlace, yo te miro ya como a mi esposo, como aquel a quien pertenecía... , Carlos; mi honor... es mi vida... y te amo más que a mi vida... porque, ya lo ves, te amo... ¡te pertenezco!

¿Y qué? preguntó la abuela. Que es un amor inadmisible respondió Brenay con su voz más mordaz, que estoy seguro de que hace estremecerse de horror en sus tumbas a todos los Brenay pasados... Sin contar los Mauval a que yo pertenezco, apoyó la de Brenay.

¿Por qué me los negaría? exclamé. Yo pertenezco a una distinguida familia de la provincia del Miño. Soy licenciado, por lo tanto, en China como en Coimbra, soy letrado. He pertenecido a una oficina del Estado... Poseo millones. Tengo la experiencia del estilo administrativo... El general se iba inclinando respetuosamente ante la abundancia de mis atributos.

Cielo e infierno son concepciones sociales para uso de la plebe, y yo pertenezco a la clase media.

Este anhelo que hoy se ha apoderado de todas las cabezas, hasta de las más vacías, hace recordar aquel gracioso epigrama de Goethe á los originales: «Un quídam dice: Yo no pertenezco á ninguna escuela; no existe maestro vivo de quien reciba lecciones; en cuanto á los muertos, jamás he aprendido nada de ellos». Lo cual significa, si no me equivoco: «Soy un majadero por mi propia cuenta». Este afán desmedido de originalidad ¿qué otra cosa es sinó lo que hemos dicho, una exageración de la energía individual, un desequilibrio, el pecado, en fin, de la soberbia?

De cuando en cuando el perro contenía su agitada respiración y lamía suavemente las manos de Juanito moviendo con pausa la cola, como si quisiera decirle: No tengas miedo, hermoso niño, yo pertenezco a una raza que tiene la gratitud en el corazón: en mi familia no se han conocido nunca ni los traidores ni los desagradecidos.