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No poseo títulos de nobleza, pero tampoco soy de origen oscuro, pues pertenezco a una familia distinguida; hace poco heredé de mi buen tío veinte mil francos de renta y su quinta de Enghien, y estas circunstancias me animan a decirte a ti, que más que amigo eres para un hermano y además estás propicio a darme reparación de las pasadas ofensas: «Amaury, ¿quieres pedir en mi nombre a tu tutor la mano de su hija Magdalena?

Porque no quiero... No me hables de eso, abuela, te lo ruego. ¿Cómo quieres que haya encontrado a un joven que no he visto? Si ... No, no, que no se me hable de matrimonio... Por el momento pertenezco a las solteronas... Abuela proseguí tiernamente, no puedes querer que me case con un caballero porque es moreno, porque va al rosario y porque está al lado de la señorita de Sarcicourt...

Ya sabes que yo pertenezco al partido liberal, que gusta ahora de la autonomía y la concede a varias provincias de Ultramar. Considera, pues, si no quieres enojarme, a tu hermana Rosita y a mi señora doña Marcela, y déjalas autónomas, o sea en completa libertad de hacer cuanto se les antoje.

¿Qué ganaría yo con eso, interpuso Morsamor, o para , o para la nación a que pertenezco, o para la religión que sigo, aunque pecador y fraile escapado de su convento? Ganarías mucho replicó Tiburcio . En primer lugar, combatirías el islamismo y quebrantarías por aquí el imperio de turcos y de moros, que han sido hasta ahora los mayores enemigos de nuestra católica España.

Silencio, infame. He callado hasta hoy, porque lo tomé como una locura fugitiva. Pero ha llegado a tal extremo su atrevimiento, que he decidido escarmentar a usted para siempre, para siempre. Sacó del seno un montón de papeles y los despidió, con ademán repulsivo, sobre el mostrador. Le arrojo esos anónimos impertinentes e indecorosos. Yo pertenezco a un hombre, sólo a un hombre.

No saldré de casa sino para visitar la tumba de Magdalena, que no tardará también en ser la mía, y no recibiré a nadie, ni a mis mejores amigos, que deben considerarme como muerto desde este día porque yo no pertenezco ya a este mundo.

No puedo olvidarme... por ella misma... por vos. No os entiendo. No debéis venir á mi casa, os lo repito. ¡Ah! ¡vos os vengáis! Justo sería; pero no me vengo, no me puedo vengar. Me domináis, no me pertenezco, porque os pertenezco entera, porque soy lo que vos queréis que sea. ¡Dorotea! ¿conque pretendíais engañarme?

Debo cumplir con él, y también con mi cualidad de cristiano.... Porque en medio de mis excesos yo no me he olvidado jamás de que pertenezco a una familia católica y que hoy en España nuestra clase es la encargada de velar por la religión, dando buen ejemplo como usted hace.... El medio mejor para favorecer este cambio que siento en mi corazón es casarme....

El día en que lloró usted asomado a la ventanilla, yo lo vi y estuve a punto de pedirle perdón y de saltarle al cuello, pero el orgullo me contuvo. Yo pertenezco a una raza ilustre, amigo mío, y soy la única en mi familia que se haya vendido por dinero. El día que fuimos a Pompeya, estuve a punto de descubrirme. ¿Se acuerda usted?

Allí, juntas las dos, juntas mi madre y yo, yo le contaré mis penas, y ella me dirá las verdades... las verdades. Es la ocasión. Aprovechémosla. EVARISTA. Hija mía, te llevaremos a la paz, al descanso. MÁXIMO. No es esa la paz. El descanso y la razón están aquí. ELECTRA. Máximo, adiós. No te pertenezco: pertenezco a mi dolor... Mi madre me llama a su lado. MÁXIMO. ¡Su voz!