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Actualizado: 2 de junio de 2025
32 por toda la maldad de los hijos de Israel y de los hijos de Judá, que han hecho para enojarme, ellos, sus reyes, sus príncipes, sus sacerdotes, y sus profetas, y los varones de Judá, y los moradores de Jerusalén. 33 Y me volvieron la cerviz, y no el rostro; y cuando los enseñaba, madrugando y enseñando, no oyeron para recibir castigo;
Quizá distribuye mal el tiempo. Y el que lo distribuya mejor tiene que ser obra tuya. ¿Y cómo? Disputándoselo al Jockey, procurando sustraerle de ese centro hípico. ¿Te enojas mucho cuando llega tarde? ¿Y cómo no he de enojarme? Mal hecho. Es cuando debes ser más amable, más cariñosa. La primera y más importante cualidad de una mujer es la dulzura, una dulzura constante, inalterable, eterna.
Envuelta en tus sangres estabas. 24 te edificaste alto, y te hiciste altar en todas las plazas; 25 en toda cabeza de camino edificaste tu altar, y tornaste abominable tu hermosura, y abriste tus piernas a cuantos pasaban, y multiplicaste tus fornicaciones. 26 Y fornicaste con los hijos de Egipto, tus vecinos, gruesos de carnes; y aumentaste tus fornicaciones para enojarme.
Ya sabes tú que yo pertenezco al partido liberal, que gusta ahora de la autonomía y la concede a varias provincias de Ultramar. Considera, pues, si no quieres enojarme, a tu hermana Rosita y a mi señora doña Marcela, y déjalas autónomas, o sea en completa libertad de hacer cuanto se les antoje.
41 Y quemarán tus casas a fuego, y harán en ti juicios a ojos de muchas mujeres; y te haré cesar de ser ramera, ni tampoco darás más don. 42 Y haré reposar mi ira sobre ti, y se apartará de ti mi celo, y descansaré de enojarme más.
«O el Padre tiene sobre sí propio un dominio inverosímil pensaba doña Luz , o no me ha amado jamás. Sería de ver que la sospecha de Manuela, que yo oí como injuria llena de maliciosa villanía, hubiese sido en el fondo una creación ridícula de mi vanidad, que, profundizando bien el asunto, me halagaba en vez de enojarme.
¡Pero vos lo sabéis todo!¡acabáis de llegar!... Súpelo en San Marcos, y fué un día grande para mí; el único de grandeza que conozco al rey Felipe III; como que desterraba de la corte á vuestro marido, y á mí me permitía venir á enterrarme en ella, ó mejor dicho, á enojarme. ¡A enojaros! Sí por cierto, á enojarme en vuestros ojos. ¡Ah, don Francisco!, el amor debía tener un decálogo. ¡Torpe soy!
Durante las primeras semanas de nuestro matrimonio fui feliz. No dejé sin embargo de comprender que Pepe era brusco, de carácter impetuoso, aunque procuraba contenerse o se arrepentía pronto de ciertos arranques para no enojarme. De vuelta del viaje de novios empezó a trabajar; hasta entonces había encargado del bufete a un amigo.
Hemos tenido algunos pasos difíciles de franquear; usted nos habría sido muy útil: lamento también que se haya privado de contemplar esta playa agreste, sembrada de rocas cubiertas de hierbas y de musgos; ha sido un espectáculo grandioso, a la puesta del sol. Sin embargo, no puedo enojarme, puesto que le hacía usted compañía a mi querida mamá, a quien todos hemos abandonado.
Nunca la había visto irritada hasta entonces y la hallaba no menos graciosa bajo aquel nuevo aspecto. ¿Tengo acaso el derecho de enojarme? preguntó. Cierto es que anoche tuviste a bien decir que cada hora pasada lejos de mí era una hora perdida. Pero tratándose de un jabalí enorme ya es cosa muy diferente. Tan enorme que quizás sea yo cazado por él. Flavia nada dijo.
Palabra del Dia
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