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Al descubrirse el jinete dejó ver que era un joven como de veinticuatro años, blanco, rubio, buen mozo y de fisonomía franca y noble, á que daban realce dos hermosos y expresivos ojos negros. ¡Ah! ¿Acabáis de venir? dijo el conde de Olivares prevenido en favor del joven . ¿Y á qué diablos os venís á entrar con ese caballo por las caballerizas del alcázar? En sus tiempos debe de haber sido mucho...

ABIND. Hoy acabáis de vencer, Como otro Alejandro, el mundo. Parece que agora en él No cabe vuestra persona, Y que os laurea y corona Por reina y señora dél. JARIFA. Si así fuera, dulce hermano, Vuestra fuera la mitad. ABIND. ¿Tanto bien a mi humildad? Dadme vuestra hermosa mano. ZORAIDE, alcaide de Cartama, ALBORÁN, moro. ZOR. ¿Eso dicen en Granada Del buen Fernando?

Acordaos de aquella triste pecadora que, transida de pena, desmayada de amor, da consigo a los pies de Jesús y se los lava con sus lágrimas y se los limpia con sus cabellos y se los unge, sin que se escuche una palabra de su boca porque se derrite en fuego de amor. ¡Oh lágrimas derramadas por Dios, y cuánto valéis y cuánto podéis y cuánto acabáis!

«Recibimos vuestra carta y cuanto fué posible nos dolió é dió pena vuestro trabajo é desasosiego; y en cuanto toca al parescer que nos pedís, comunicado con los mas sabios rabís y hombres de buen ingenio desta sinagoga, nos paresce que el mejor y postrer remedio con que todo lo acabais es el baptizar los cuerpos, quedando los ánimos firmes, en lo que se debe á nuestra ley, y con esto os podreis vengar de todos los agravios que os han hecho; porque si os han profanado vuestras sinagogas, haced vuestros hijos clérigos y profanareis sus iglesias; si os han matado vuestros padres, haced vuestros hijos médicos y matareis los padres suyos; si os han tomado vuestras haciendas tratantes sois, tratadlos de manera que presto sean vuestras las suyas; y haciendo esto vengareis lo hecho y por hacer.

Nuestra familia, y la vuestra, porque en ella acabáis de entrar, se componía hace cuatro años: de mi padre Ignacio Soldevilla, coronel de infantería española, encanecido en los combates, de mi madre doña Violante de Saavedra, hija de un mayorazgo de la montaña, y de .

La tengo por principal. Dios os libre de un portento embozado, de un lucero entre nubes, de una mano entre rendijas, de un envido de buscona, y sobre todo, de un quiero. Desconfiad de carta de dueña como de pastel de hostería, y sobre todo, recibidme por maestro. ¿Dónde vivís? No lo aún; ¿y vos? Yo... vivo aquí. ¿Acabáis de llegar? Ya os lo dije; torno á esta tierra, de un destierro.

»Al reconoceros, al daros lo bastante para que un noble pueda vivir en la corte de sus reyes como conviene á su nombre, he cumplido con Dios, con mi corazón y con mi honra. Un Girón, por más que sea bastardo, no puede llevar sino como antifaz, y durante cierto tiempo, un apellido ajeno por noble que sea. Escribo esta carta con las lágrimas en los ojos; acabáis de nacer y lloráis junto á mi.

¡No os conozco! exclamó el duque de Lerma escandalizado, avergonzado, porque nunca el duque de Lerma había prescindido de las formas ; vos no debéis ser mi hijo, no; si fuérais mi hijo no hubiérais hecho, y delante de vuestro padre, lo que acabáis de hacer. Doña Ana lloraba; el duque de Lerma se dirigió á la puerta.

No os prometo nada... o más bien, mirad, hablando con franqueza, os prometo hacer justamente todo lo contrario de lo que acabáis de decirme. ¡Esto es una verdadera insubordinación!... Reina, concluiré por enfadarme. Es más que una insubordinación repliqué gravemente, es una revolución. ¡Me va a hacer perder la paciencia y la vida! murmuró el cura.

Pero volviendo á la dama... Os repito que puedo hablaros de su hermosura, pero no daros señas de ella; os digo que la amo tanto, que si por desdicha fuese esta mujer la reina... ¿Pero estáis loco, Juan? ¿Acabáis de llegar á Madrid, y ya pretendéis haber tenido una aventura con... su majestad? ¿Y no pudiera ser? ¡Poder!