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Al llegar a la plazuela pasó delante de nosotros un lechero, jinete en un caballejo, a cada lado un cántaro. Nos saludó respetuosamente. Era joven; bien claro nos lo dijo su fresca y limpia voz: Es Mauricio.... dijo Angelina. Es el lechero de Santa Clara.... De la hacienda del señor Fernández.... agregó la anciana, dirigiéndose a .

Dos horas de marcha por la orilla del Aveyron los llevaron al campamento de la Guardia Blanca, formado por unas cincuenta tiendas, y entre los primeros en acudir á su encuentro figuraba un jinete ricamente vestido, que saludó al barón con entusiasmo. ¡Por fin! exclamó estrechándole las manos. Más de un mes hace que os esperamos ansiosos, señor de Morel. ¡Bienvenido seáis! ¿Recibísteis mi carta?

La montura es tan insegura que cada jinete es un equilibrista. El jinete va sentado en el centro, con las piernas cruzadas sobre la nuca del asno, y este, que no está sujeto por brida ni cabestro, es manejado hábilmente al influjo de los golpes que le regala con la mano su equilibrista caballero.

Ya cerca de él, pasó rápidamente por delante de un caballo sin jinete, arrogante, vanaglorioso, con la crin al aire, sano y sin heridas, algo azorado y aturdido. Era un animal de pura casta cordobesa, lo mismo que el mío. Le seguí, y apoderándome de sus bridas, cuando volvía, me monté en él; después de ser por un rato soldado de a pie, tornaba a ser jinete.

Recibiéronlos, pues, con muestras de satisfacción, y todo el mundo se apresuró a acomodarse nuevamente en las falúas, que con el oleaje no estaban quietas un instante, como caballos enjaezados, esperando al jinete al pie de la cuadra. Izáronse las velas y, dando largar bordadas para aprovechar el viento, hicieron rumbo hacia El Moral.

El jinete vio al chico, y entre bromas y veras, sacudió el siniestro brazo, y con el látigo, quizás sin pensarlo, le cruzó la cara, diciéndole: «Granujilla...». Entró Mariano en el cuarto en que el tal estaba y sin saludarle le dijo: «Vengo a por aquello. ¡Ah!, que listo andas. Agradece que lo hay. Toma, roío niño». Sacó tres duros del bolsillo y sin mirarle se los arrojó sobre la mesa.

Puse mi caballo junto al suyo y esperamos la aproximación del cortejo. Venían en primer término dos sirvientes a caballo, con negras libreas galoneadas de plata. Seguíanlos un coche fúnebre tirado por cuatro caballos, y en él un féretro cubierto con negros crespones. Detrás iba un jinete enlutado y sombrero en mano.

Un jinete acababa de surgir de una callejuela inmediata. Era Flor de Río Negro. Por una afinidad misteriosa que más bien era una repulsión, Elena adivinó su presencia antes de verla con sus ojos. Sin esperar á que el caballo hiciese alto, la intrépida amazona se deslizó de la silla. Luego fué aproximándose, con la torpeza del jinete que extraña el contacto del suelo: Señora, una palabra nada más.

También vió pasar á un jinete corpulento, de luenga y negra barba, que llevaba un rosario de gruesas cuentas en la mano y enorme espadón pendiente del cinto. Por la forma y color del hábito y la estrella de ocho puntas bordada en la manga reconoció en él á uno de los caballeros hospitalarios de San Juan de Jerusalén, cuyo maestre residía en Bristol.

¿Pereció en la demanda, señor barón? dijo Froilán. Nunca lo he sabido. Sus servidores se lo llevaron en brazos, aturdido, desmayado ó muerto. Por entonces no cuidé de indagar su suerte porque yo mismo salí de la lucha contuso y malparado. Pero allí viene un jinete al galope, como si lo persiguiera una legión de enemigos. El viento barría el camino, que en aquel punto formaba suave pendiente.