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Pepe de Chiclana, marido de Paca la de la Parra, era un hombre de seis pies de alto, gordo en proporción, de cuarenta años de edad, cara redonda, ojos pequeños carnosos, pesado y tardo en sus movimientos como en sus palabras. Formaba vivo contraste con su exquisita esposa, toda delicadeza y elocuencia, tan distinguida, tan razonable, tan afluente.

Este dio las gracias aquella misma tarde a su protectora y la hizo además su confidente. Pertenecía a una familia distinguida de provincia, aunque sin grandes recursos de fortuna; a probarla había venido él a Madrid, confiado únicamente en su ingenio.

¿Por qué me los negaría? exclamé. Yo pertenezco a una distinguida familia de la provincia del Miño. Soy licenciado, por lo tanto, en China como en Coimbra, soy letrado. He pertenecido a una oficina del Estado... Poseo millones. Tengo la experiencia del estilo administrativo... El general se iba inclinando respetuosamente ante la abundancia de mis atributos.

Y su inquietud convirtióse en miedo cuando vió que el sacerdote cesaba de sonreír y la hablaba con los ojos en alto, con la misma voz solemne que conmovía desde el púlpito á la distinguida muchedumbre de sus fieles. Oye, hija mía. Una vez érase una princesa más bonita que , y más rica, pues sus padres eran reyes...

¿No la conoce usted? preguntó algo acortado por la intención que advertía en las palabras de D.ª Josefa. No, señor, es forastera. Pues hágale usted subir. Tardó pocos segundos en aparecer una linda joven como de veinticuatro años, rubia, de rostro blanquísimo y facciones delicadas, vestida con elegancia peregrina. En su vida había visto el P. Gil, ni aun en Lancia, una dama tan distinguida.

Conocía por su «distinguida amiga la señora Talberg» muchas de las aventuras náuticas de Ferragut. A él le interesaban los hombres de acción, los héroes del Océano. Ulises notó de pronto en su noble interlocutor un afecto caluroso, un deseo de agradar semejante al de la doctora. ¡Hermosa casa aquella, en la que todos se esforzaban por hacerse simpáticos al capitán Ferragut!

Emma Valcárcel fue una hija única mimada. A los quince años se enamoró del escribiente de su padre, abogado. El escribiente, llamado Bonifacio Reyes, pertenecía a una honrada familia, distinguida un siglo atrás, pero, hacía dos o tres generaciones, pobre y desgraciada.

Todos triunfaban y vivían regaladamente escalando cada día un lugar más elevado, mientras él, el pobre y desvalido Pecado, permanecía siempre en su nivel de miseria, insignificante, sin que nadie le hiciera caso ni fuese por nadie distinguida su persona en el inmenso mar de la muchedumbre. ¿Por qué era esto, cuando él valía más que toda aquella granujería de levita?

Acabó de escribir el periodista, y leyó acto continuo a don Simón lo siguiente: «Muy en breve contará la buena sociedad de Madrid con otro centro de amenidad y de elegancia. El opulento capitalista y diputado a Cortes don Simón de los Peñascales, y su distinguida familia, se disponen a recibir a sus numerosos amigos en sus espléndidos salones de la carrera de San Jerónimo

No poseo títulos de nobleza, pero tampoco soy de origen oscuro, pues pertenezco a una familia distinguida; hace poco heredé de mi buen tío veinte mil francos de renta y su quinta de Enghien, y estas circunstancias me animan a decirte a ti, que más que amigo eres para un hermano y además estás propicio a darme reparación de las pasadas ofensas: «Amaury, ¿quieres pedir en mi nombre a tu tutor la mano de su hija Magdalena?