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Y se han hecho á su muerte y á su ingenio muchos epitafios, que entiendo se imprimirán en el libro particular, como el de Lope de Vega y Juan Perez de MontalvanEn la biblioteca del duque de Osuna se conservan manuscritos de Guevara. La serrana de la Vera, autógrafa, fecha en Valladolid 1603. En el título se ve la nota: Para la señora Josefa Vaca.

Y ayudándose de María Josefa, que sabía mejor que él a qué atenerse, mantuvo alerta la conversación algún tiempo sobre el escabroso tema. Luis estaba en brasas. Dirigía frecuentes miradas hacia el sitio de Amalia, como reclamando lo que estaba obligada a concederle. Levantose al fin la dama, se asomó a la puerta y tornó a sentarse.

A la legua será, porque, lo que es de cerca ni pizca manifestó Manuel Antonio. Y María Josefa y Emilita Mateo y Paco Gómez confirmaron con su risa la especie. Amalia insistió.

¿No la conoce usted? preguntó algo acortado por la intención que advertía en las palabras de D.ª Josefa. No, señor, es forastera. Pues hágale usted subir. Tardó pocos segundos en aparecer una linda joven como de veinticuatro años, rubia, de rostro blanquísimo y facciones delicadas, vestida con elegancia peregrina. En su vida había visto el P. Gil, ni aun en Lancia, una dama tan distinguida.

Quedó pálida, pendiente de los labios de María Josefa, como si de ellos esperase la salud o la muerte. Aquélla advirtió bien su turbación, y dijo después de mirarla un instante fijamente: No te lo digo... ¿Para qué?... Acaso sea todo una calumnia. Fernanda se repuso instantáneamente. Está bien respondió haciendo un gesto de displicencia. Cálleselo. Después de todo, ¿a qué me importa todo eso?

Pero ya se habían fatigado de tanto comentario. Tan sólo cuando venía rodada se dejaba escapar alguna alusión mordaz, o se noticiaba al oído algún nuevo descubrimiento. La niña fue a parar a un grupo donde estaban María Josefa, la doncella de la lengua devastadora, y Manuel Antonio, bello siempre como el primer rayo de la mañana.

¿Crees ?... preguntó María Josefa para tirarle de la lengua. ¡Madre!... ¿Eres tonta, mujer? ¿No conoces a Amalia como yo? ¿Y qué tiene que partir Amalia en el matrimonio de Luis? preguntó Jovita, que en su calidad de soltera, aunque hubiese cumplido los treinta y dos, le convenía hacer patente su candor. ¡Ay!

Pero ¿de que servían los rudimentos de esta ciencia madre a las preciosas Josefa y Rosita, si no les cabía en la cabeza que ellas careciesen de cosas que la hija del duque de Tal poseía en abundancia?

Para que yo salga de esta duda que me atormenta, hágame el favor de decirme si tiene una sobrina bizca, y una hermana que se llama Doña Josefa, y si le han propuesto para Obispo, como se merece, y ojalá fuera verdad.

Si quiere conocer los pormenores del martirio de la criatura diríjase a la criada María que hace algunos días dejó de servir en casa de D. Pedro. Suya afectísima amiga, María Josefa HeviaLuis arrugó la carta entre sus manos crispadas. Toda la sangre se le agolpó a la cara.