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Si tuviera padres o hermanos, creería que se le había muerto alguno... Apuesto a que ese narizotas de D. Narciso le ha dado otro disgusto. ¡Desprécielo, D. Gil, desprécielo! ¡Oh, no! ¡Cuidado con las injusticias, doña Josefa! se apresuró a decir el joven. Nadie me ha causado disgusto alguno. Estas lágrimas provienen de un malestar nervioso que siento hace días. ¡Si ya se lo decía yo!

En aquel momento le tocaba hacer una figura del rigodón y se alejó con Emilita. María Josefa, que bailaba más lejos, se acercó un instante con su pareja, que era un teniente del batallón de Pontevedra. ¡Vamos, D. Santos, no sea usted cruel! ¿Por qué no va usted a hacer compañía a Fernanda, que está allí sola? En efecto, la amiguita de la rica heredera había hallado pareja para el baile.

Luego viene lo más costoso, que es el cristal convexo y el marco; pero pienso utilizar el del perrito bordado de mi prima Josefa, dándole una mano de purpurina. En fin, con purpurina, cristal convexo, colgadero e imprevistos... vendrá a importar todo unos veintiocho a treinta reales». Al día siguiente, que era domingo, puso manos a la obra.

Seguidamente tomó la escalera y se dirigió al cuarto del P. Gil. Josefa la miró subir con aversión y desconfianza. Preguntar si estaba en casa y luego decir que la aguardaba era una contradicción manifiesta. Por esto y por la curiosidad natural la siguió a los pocos momentos. Bailándole de gozo el corazón, Obdulia se acercó a la puerta del gabinete y miró por el agujero de la cerradura.

Si usted no quiere tenerla en casa, yo me encargo con mucho gusto de ella, Amalia dijo María Josefa, que estaba un poco apartada paseando a la niña y arrullándola para hacerla callar. No he dicho que no quería manifestó con viveza la dama. Recogeré esa niña, porque tengo más obligación que nadie, ya que me la confían... Pero, como usted comprende, para hacerlo necesito contar con mi marido.

Carta sin fecha: «No hay acá cosa nueva mas de que el gran Morales vino, y anoche estaban Pastrana, etc., la Señora Josefa Vaca descolorida y menos arrepentida. Hiciéronles bayles, vilos desde la calle por la reja, y habiendo dicho Victor, respondió dentro Pastrana: Esto habiamos de decir nosotros, y llovieron albricias de boca por todo el aposento.

Salió Josefa a abrir. Como desde su famoso viaje no la había visto, se arrojó en sus brazos, la abrazó y la besó con afectada efusión. El ama se mostró muy poco contenta: la recibió con frialdad glacial; hasta se le conocía que luchaba consigo misma para no soltarle una rociada de desvergüenzas y darle con la puerta en las narices.

Carmen te manda un abrazo, y también Juana y Andrés.» «Sabes cuánto te quiere tu tía María Josefa». Esta carta de la tía me devolvió la tranquilidad. Todo quedaba explicado. Angelina no había escrito por los quehaceres de la Semana Santa y por los huéspedes. Pero escribiría, , escribiría.

Tomaron apresuradamente chocolate, y después de haber besado a Josefa con efusión, la presunta monja salvó la puerta y se deslizó rápidamente por la calle abajo. Diez minutos después salió el P. Gil. La noche estaba oscura y húmeda. Había llovido bastante. La calle, llena de charcos; la carretera, de lodo.

De las que hoy viven, Juana de Villalva, Mariflores, Micaela de Luján, Ana Muñoz, Josefa Vaca, Jerónima de Burgos, Polonia Pérez, María de los Angeles, María de Morales, sin otras que por brevedad no pongoBourgoing, Viaje á España, tomo II, pág. 56.