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25 los hijos de Gabaón, noventa y cinco; 26 los varones de Belén y de Netofa, ciento ochenta y ocho; 27 los varones de Anatot, ciento veintiocho; 28 los varones de Bet-azmavet, cuarenta y dos; 29 los varones de Quiriat-jearim, Cafira y Beerot, setecientos cuarenta y tres; 30 los varones de Ramá y de Geba, seiscientos veintiuno; 31 los varones de Micmas, ciento veintidós;

Veinticinco y veintiocho exclama . Caballo... Luego, dirigiéndose a , continúa: Son 20 pesetas tiradas... Este año llevo perdidas ya 15.000. ¡Como no se repita lo del año pasado...! ¿Sabe usted cuánto me costó la broma el año pasado? Pues 7.000 duritos justos. No se gana nunca, nunca... La ruleta gira vertiginosamente. Los azares despiden de cuando en cuando la bola con un ruido seco.

Si hasta los veintiocho años había vivido sin prendarse de hombre alguno ¿no era probable, casi evidente, que viviría ya de la misma manera el resto de su vida?

A los doce años de edad obtuvo el mando de una compañía; a los veintiocho le hicieron teniente coronel, y a los treinta y tres, coronel. Si en su juventud no asistió a ninguna campaña, en 1794, y cuando contaba treinta y ocho años y poseía la faja de mariscal de campo, estuvo en la del Rosellón a las órdenes del general Caro, y allí le hirieron gravemente en el lado izquierdo del cuello.

, señor respondió Julián, no teniendo por cargo de conciencia revelar la edad . La señorita Rita cumplirá ahora veintisiete o veintiocho años.... Después viene la señorita Manolita y la señorita Marcelina, que son seguidas..., veintitrés y veintidós... porque en medio murieron dos niños varones..., y luego la señorita Carmen, veinte.... Cuando nació el señorito Gabriel, que andará en los diecisiete o poco más, ya no se pensaba que la señora volviese a tener sucesión, porque andaba delicada, y le probó tan mal el parto, que falleció a los pocos meses.

Como sucede siempre, quisieron imitarle; mas sus imitadores sufrieron fracasos lamentables. Uno de ellos, un viejo escribiente que contaba veintiocho años de servicio y sostenía una numerosa familia, declaró de repente que sabía ladrar como un perro, y no tuvo ningún éxito.

Era contemporánea del Conde-Duque de Olivares. Los hijos de aquel infortunado comerciante eran tres. Fijarse bien en sus nombres y en la edad que tenían cuando acaeció la muerte del padre. Juan Pablo, de veintiocho años. Nicolás, de veinticinco. Maximiliano, de diecinueve.

Veintiocho, treinta o treinta y dos años podían haber corrido sobre él, sin que fuese dable decir si los representaba. El descolorido semblante lo tenía aún más pálido en los pómulos, allí donde suelen estar las que en verso se llaman rosas.

Desde Ilo-Ilo hubiera escrito a su madre y ésta no hubiese tenido inconveniente en declarar que su hijo vivía. Encontrándose en presidio, se comprendía que mi orgullosa abuela prefiriese darle por muerto. Con un viaje muy malo, después de siete meses de navegación con temporales y borrascas, llegamos a Cádiz. Llevaba cinco años de mar. Tenía veintiocho. Estaba cansado.

Era un hombre de veintiocho a treinta años, de estatura más que regular, delgado, rostro fino y correcto, sonrosado en los pómulos, bigote retorcido, perilla apuntada y los cabellos negros y partidos por el medio con una raya cuidadosamente trazada. Guardaba semejanza con esos soldaditos de papel con que juegan los niños; esto es, era de un tipo militar afeminado.