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Miguelina Princetot iba entonces hacia sus veintiocho años.

En fin, sobrina, convéncete de que te he hablado seriamente; vete y reflexiona. Comprendí que no se podía tomar a broma este formidable reto. Me encerré en mi cuarto donde reflexioné veintiocho minutos y medio, durante los cuales sentí germinar en mi corazón el loable deseo de trabar relación con la mesura.

Y todavía no he mencionado las verdaderas preciosidades de este Patio, ó sea los ciento veintiocho medallones, con bustos de alto relieve, que adornan las enjutas de los arcos en ambos cuerpos. Aquellos bustos pueden calificarse de otras tantas obras maestras de escultura.

Es la una de la tarde; el brigadier Rotalde, otro amigo y yo, paseamos nuestros ávidos ojos por una gran sala del Louvre, denominada el salon de los Estados. La gran sala del palacio de Versalles, y la que ahora examinamos, son las dos piezas más espaciosas y magníficas que he visto. Tiene próximamente dos pisos de altura, sobre ochenta pasos de longitud, y veintiocho ó treinta de latitud.

No hubo grande ni pequeño que no repitiese con frenesí: «Cuarenta y cinco cincuenta de largo, treinta veinticinco de ancho. La iglesia mayor de Sarrió no tiene más que cuarenta por veintiocho cincuentaEstaban reservadas aún al corazón de los beneméritos peñascos otra porción de alegrías inefables.

No, hijo, no; ¡si lo ha pagado tu madre! veintiocho realazos... ¡y luego vociferan que el agua de Vichy es farsa moderna y que la hidroterapia sale cara!

Era esta la noble viuda doña Agustina Solís y Montes de Allende el Agua, matrona de treinta y pico de años, aunque lozana, fresca, graciosa, de buenas carnes y mejor parecer, y con veintiocho o treinta mil reales de renta sobre poco o más o menos.

Guillermo se levantó, cogió a su amigo en sus brazos y se dirigió silenciosamente a la orilla del río, donde cavó una fosa, colocando encima una piedra con una sencilla inscripción, pero el primer vendaval llenó la inscripción de arena y polvo, y la primera crecida del Danubio arrastró piedra, sepultura y cadáver. Guillermo murió al año siguiente. Eulalia aún vive; ahora tiene veintiocho años.

¡Mi amo! dice el otro, mirándolo con el rabillo del ojo por debajo de la visera de su gorra... Llevo veintiocho años a vuestro servicio... y vuestro difunto padre ha sido siempre bueno conmigo... ¿Para contarme eso has venido a despertarme a media noche?...

La mujer contó los cuartos sobre la mantilla, redújolos á montones de á treinta y cuatro cada uno, y levantándose en seguida, dijo en alta voz, con cierto retintín: Aquí no hay más que veintiocho riales. Yo he echao.... Y yo.... Y yo.... Y yo ... fueron diciendo todas las personas de los dos corrillos.