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Actualizado: 2 de mayo de 2025
Luego viene lo más costoso, que es el cristal convexo y el marco; pero pienso utilizar el del perrito bordado de mi prima Josefa, dándole una mano de purpurina. En fin, con purpurina, cristal convexo, colgadero e imprevistos... vendrá a importar todo unos veintiocho a treinta reales». Al día siguiente, que era domingo, puso manos a la obra.
Margarita Ana Piña, doncella, hermana del dicho Miguel, hijo de Gabriel Piña, alias cap de olleta, de oficio vendedor de trigo en la Cuartera y de Magdalena Forteza su mujer; natural y vecina de esta Ciudad, de edad de veintiocho años, reconciliada y presa segunda vez por judaizante.
Tengo veintiocho años, Eduardo mío, y, lo que es más raro a esta edad, la experiencia de una docena de años de desgracias. He vivido de prisa, porque mi sensibilidad, que era mi vida, se ha consumido en ensayos infructuosos y en efectos estériles.
Esta vez los padres cayeron en honda desesperación. ¡Luego su sangre, su amor estaba maldito! ¡Su amor, sobre todo! Veintiocho años él, veintidós ella, y toda su apasionada ternura no alcanzaba a crear un átomo de vida normal. Ya no pedían más belleza e inteligencia como en el primogénito; pero un hijo, un hijo como todos!
Sí, mi querido Eduardo, sería superfluo, sería indigno de mí ocultarte este sentimiento que me domina, que llena, que absorbe mi existencia. ¡Infierno y paraíso! ¿Quién hubiera pensado que a los veintiocho años la vista de una muchacha toda sencillez y bondad y nada llamativa, me subyugaría como en el tiempo de la debilidad y la ignorancia de mi corazón? ¿Quién podría expresar el éxtasis y el delirio que yo experimento al solo recuerdo de sus facciones y al solo rumor de su nombre?
En las cuevas se amontonaban muebles, cuadros, estatuas y cortinajes para adornar muchas viviendas. Don Marcelo se quejaba de la pequeñez de un piso de veintiocho mil francos que podía servir de albergue á cuatro familias como la suya.
Además de contar con su rarísimo mérito, estaba agarrado a muy buenas aldabas. Viudo hacía ya más de veinte años, tenía una hija de veintiocho, que había sido la más real moza de todo el lugar, y que era entonces la señora más elegante, empingorotada y guapa que en él había, culminando y resplandeciendo por su edad, por su belleza y por su aristocrática posición, como el sol en el meridiano.
Estamos a veintiocho de abril... De aquí al primero de septiembre no hay más que cuatro meses dijo, echándoles una larga mirada entre risueña y enternecida. Si fuese posible que Cecilia se pusiese más colorada, se hubiera puesto. El rostro de Gonzalo se contrajo con una sonrisa sin expresión, y bajó los ojos.
Con esto no podía contar yo, racionalmente, al venir a Villavieja; y mucho menos con que el incansable guía, el andarín entusiasta de la Naturaleza, y el pintor y el diestro piloto, y el dueño del hermoso yacht, y el aficionado a la buena música, estuvieran reunidos en una sola persona, un mozo que no pasará de veintiocho años.
En la noche a que nos referimos iba declamando contra las colas un caballerito, como de veintiocho años, recién llegado de Alemania y de Francia, y de lo más elegante, atrevido y alegre que puede imaginarse. Rodeábanle, e involuntariamente le admiraban y le reían las gracias, otros cinco jóvenes de lo más atildado y encopetado de Madrid.
Palabra del Dia
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