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Vino a París un hombre atrevido y ambicioso, vio que los franceses vivían sin unión, y cuando llegó de ganarles todas las batallas a los enemigos, mandó que lo llamasen emperador, y gobernó a Francia como un tirano. Pero los nobles ya no volvieron a sus tierras. Aquel rey del oro y la seda, ya no volvió nunca. La gente de trabajo se repartió las tierras de los nobles y las del rey.

No quedó bien curada por haberla quizá descuidado o por no haberse atrevido el médico a aplicarle ciertos remedios un poco crueles. Quedóle un catarro pulmonar que la debilitó bastante. Por consejo del médico fué a Panticosa en compañía de Raimundo, quedando Aurelia en casa de unos parientes. Se repuso un poco, pero fué para recaer pocos días después de llegar a Madrid.

-Pues, ¿tan loco es vuestro amo -respondió el hidalgo-, que teméis, y creéis que se ha de tomar con tan fieros animales? -No es loco -respondió Sancho-, sino atrevido. -Yo haré que no lo sea -replicó el hidalgo.

Al navegar por las costas de Cuba tuvieron mal tiempo, y Colón se refugió con su carabela en un abrigo de la costa, mientras el otro, marinero más atrevido y confiado en su habilidad, seguía adelante.

SANCHO. Señor, mucho me ha pesado De volver tan atrevido A darte enojos; no ha sido Posible haberlo escusado. Pero si yo soy villano En la porfía, señor, serás emperador, serás César romano, Para perdonar a quien Pide a tu clemencia real Justicia. REY. Dime tu mal, Y advierte que te oigo bien; Porque el pobre para mi Tiene cartas de favor.

El P. Pablo Restivo, que con un mes de estudio en la lengua Guarany pudo ejercitar nuestros misterios en todo el tiempo que ha estado aquí, nunca se ha atrevido á predicar. El P. Juan Bautista Xandra, por haber venido adulto, entiende poquísimo.

A Kant le pone por las nubes; pero después de Kant apenas hay más que él en el mundo: Fichte es un mono, y Hegel, el que por tanto tiempo hemos admirado como el Aristóteles de la edad novísima, no es más que un charlatán atrevido.

Sordo fragor en sus entrañas ruge Al despeñarse el agua del torrente, Cual si arrastrase en rápida corriente De un mundo el esqueleto colosal. Y allá en su cima los eternos hielos Brillan como el almete de un guerrero, Cuando cubierto de fulmineo acero Se atrevido su creston ondear.

D. Rodriguín indicó por señas a los chicos que iba a entrar por el hueco de la bohardilla, con lo que ambos se asustaron y huyeron adentro. Mas sin arredrarse por esto el atrevido estudiante escurriose tejas abajo. Trepando gatunamente con los cuatro remos, penetró en la casa.

Apenas nació en su mente este pensamiento atrevido se espantó de él y sintió tanta vergüenza que de buen grado se hubiera ocultado debajo de la tierra. ¡Oh, no, Dios mío! ¡Quién era ella para recibir una gracia semejante, otorgada solamente a las mártires de la caridad y a las seráficas vírgenes que brillan en el cielo como claros luceros! ¡Perdón, Jesús mío, perdón!