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ELVIRA. Luego que tu nombre Oyeron mis quejas, Castellano Alfonso, Que a España gobiernas, Salí de la cárcel Donde estaba presa, A pedir justicia A tu Real clemencia. Hija soy de Nuño De Aibar, cuyas prendas Son bien conocidas Por toda esta tierra. Amor me tenía Sancho de Roelas; Súpolo mi padre, Casarnos intenta.

En el cual deja el tercio de sus bienes a su sobrina en segundo grado, Clemencia Sopelana, ¿sabe usted? la esposa de D. Rodrigo del Quintanar, hermano del Marqués de Guadalerce.

El viejo está allí hablando con madre prosiguió señalando un cuarto adyacente, que parecía ser una cocina, desde la cual la voz del viejo llegaba en tono de clemencia. Suéltame añadió el niño refunfuñando y dirigiéndose a Federico Bullen que le había agarrado envuelto en la manta y fingía quererle echar al fuego del hogar. ¡Déjame, maldito viejo loco! ¿oyes?

Juzgado Guerrero de Aguilar por su delito, ninguna clemencia tuvieron para él los jueces, condenándolo á muerte después de algún tiempo de prisión y de haber practicado muchas y enojosas diligencias en averiguación de los que en Sevilla parecían estar en contacto con el reo y favorecer sus trabajos.

CONDE. No ha quedado. Por despachar ninguno. D. ENR. Un labrador gallego he visto echado A esta puerta, y bien triste. REY. Pues ¿quién a ningún pobre la resiste? Id, Enrique de Lara, Y traedle vos mismo a mi presencia. Vase ENRIQUE. CONDE. ¡Virtud heroica y rara! Compasiva piedad, suma clemencia! ¡Oh ejemplo de los reyes, Divina observación de santas leyes! Salen ENRIQUE, SANCHO y PELAYO.

Muy pronto la servidumbre me conoció: los dos perros no ladraban cuando llegaba al patio: la pequeña Clemencia, y Juan se habituaron a verme y no fueron por cierto los últimos en experimentar el grato efecto del regreso y la inevitable relación de los hechos que se repiten.

Otra, finalmente, despertaba sonidos profundos y solemnes, como los del cañón, para pedir oraciones a los hombres y clemencia al cielo por el pecador difunto. Stein se sentó en el primer escalón de las gradillas del púlpito sostenido por un águila de mármol negro. Fray Gabriel se hincó de rodillas en las gradas de mármol del altar mayor.

El infeliz no tan sólo no supo colocarse a la altura de su inmerecida suerte, sino que se hallaba como asustado de tanta fortuna, confesándose indigno de ella, y evitando las distinciones de que era objeto por parte de Antoñita, con un gesto que imploraba la clemencia de sus dos rivales, quienes por su parte aparentaban, no enterarse de nada, mostrando por sistema una indiferencia glacial.

Mi amigo, como todo erudito, es algo inocente y cree que los hombres no saben que todos murmuran de todos. Metastasio era más profundo que Pascal en cuanto atañe a la psicología del murmurador. En su «Clemencia Tito», dice lo siguiente: «Si le mueve la ligereza, no le hago caso; si es la locura, le compadezco; y si sólo son sus ímpetus de malicia, le perdono».

El capitán leía sentado cerca de la mesa; la muchacha estaba haciendo la cena allí mismo; el viejo criado raspaba el mango de una azada. El capitán se levantó al verme, con aire de alarma; yo le rogué que se sentara, y le dije quién era y a lo que iba. La muchacha salió del cuarto. ¿De manera que usted es nieto de doña Celestina? me preguntó el capitán. , señor. ¿Hijo de Clemencia?