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Actualizado: 26 de junio de 2025
La tempestad empezaba por movimientos violentos en la silla, paseo de dedos crispados por el mantel o por la calva, resoplidos, palmadas en el borde de la mesa... Algunas veces, se agregaba a estos síntomas, el retintín del tenedor sobre el plato o el baile de la copa, a la que hacía dar vueltas su mano de perlático... El criado servía, los hijos comían, o lo aparentaban, sin hablar, y el viejo, en tanto, rechazaba su ración, contentándose con la corajina que le andaba por el cuerpo y debía servirle de alimento.
En los grupos sobresalían algunas personas que, por su ademán solemne, su mirada protectora, parecían ser tenidos en grande estima por los demás. Aparentaban querer imponer silencio á la multitud; otras veces, extendiendo los brazos en cruz, volvíanse atrás como quien pide atención: todo esto hecho con una oficiosa gravedad que indicaba influjo muy grande ó presunción no pequeña.
Había vibradores tiesos aún que no vibraban: habíalos entrelazados, agrupados en racimos, en enjambres, que no se habían desprendido y aparentaban aguardar el momento de la libertad.
Se formó este pueblo, según el historiador Padre Huertas, de 5 rancherías de unas 100 personas cada una, con la singular circunstancia que los primeros que se bautizaron fueron 25 hombres en un mismo día, y todos ellos aparentaban tener de 60 años para arriba.
A uno de ellos precedió gran número de trompetas, y detras venia una águila artificial grandísima, toda dorada, con igual acompañamiento de trompetas y atabales, y una culebra extraordinaria arrojando llamas por la boca, y á su derredor multitud de hombres armados que aparentaban quererla matar: al otro servicio precedió una roca de la que salieron liebres, perdices y conejos, y como en la cúspide habia una figura de leona parda, que tenia una grande abertura como de herida en la espalda, se aproximaron los que habian remedado dar muerte á la culebra, y se disponian á subir á la roca, cuando salieron una porcion de salvages que les impidieron la subida, y combatieron todos quedando vencidos los hombres de armas, y victoriosos los salvages.
Junto al techo, a guisa de friso, alineábase un saldo de fotografías amarillentas, mezclándose las vistas de la Habana y de los bulevares de París y Viena con reproducciones de la Fuente de la Teja y el Viaducto. Cabezas de angelotes pintarrajeadas y doradas, restos de una anaquelería de tienda pretenciosa, aparentaban sostener las viguetas del techo.
El infeliz no tan sólo no supo colocarse a la altura de su inmerecida suerte, sino que se hallaba como asustado de tanta fortuna, confesándose indigno de ella, y evitando las distinciones de que era objeto por parte de Antoñita, con un gesto que imploraba la clemencia de sus dos rivales, quienes por su parte aparentaban, no enterarse de nada, mostrando por sistema una indiferencia glacial.
Palabra del Dia
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