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Vamos a contar» dijo ella extendiendo su tesoro sobre el veladorcito del gabinete, mueble de hierro pintado que se salvó por milagro. Don José puso la luz en el velador y tomó asiento. «¡Si hay aquí un dineral! El billete es de doscientos...; veinte, cincuenta, ochenta. Total: setecientos veintiocho reales y dos perritos. Y no debo nada al casero... Estamos bien.

Y luego, sacudiendo la cabeza, y extendiendo los brazos hacia el techo, había añadido en voz alta, para dar más solemnidad a su protesta: ¡Salvarme o perderme! pero no aniquilarme en esta vida de idiota.... ¡Cualquier cosa... menos ser como todas esas! Y a los pocos días cayó enferma.

No duró mucho tiempo, sin embargo, aquel ataque. Dejó al cabo caer la cabeza contra el rincón, se tapó con una mano los ojos y extendiendo la otra hacia Tristán dijo con voz débil: Habla. Quiero saberlo todo. Todo está dicho ya repuso Tristán visiblemente afectado . ¿Para qué necesitas más palabras?

Sirvió en otro tiempo para bodega de vinos. Ahora no había allí más que botellas vacías. La niña apenas quedó sola se incorporó, miró a todos lados loca de terror, quiso gritar y la voz se le anudó en la garganta; por último, extendiendo las manos, acometida de un fuerte temblor, cayó desvanecida.

Ledesma salió asombrado, comprendiendo la razón de la malísima cara que tenía el duque. Poco después, en vista de las minutas que se estaban extendiendo, se daba por segura en las secretarías de Estado la caída del ministro universal duque de Lerma. Lerma entre tanto, encerrado de nuevo, buscaba en vano el resorte del secreter que cubría el pasadizo por donde había desaparecido el bufón.

28 Y cuando Jesús acabó estas palabras, la multitud se admiraba de su doctrina; 29 porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. 1 Cuando descendió del monte, le seguían muchas personas. 2 Y he aquí un leproso vino, y le adoraba, diciendo: Señor, si quisieres, puedes limpiarme. 3 Y extendiendo Jesús su mano, le tocó, diciendo: Quiero; limpio.

No quiso dormir, manteniéndose en una fingida tranquilidad, con los ojos entornados y vigilando las idas y venidas de algunos pigmeos que aún no se habían acostado. Al fin el silencio del sueño se fué extendiendo sobre la playa, y Gillespie, convencido de que no intentarían aquella noche nada contra él, acabó por entregarse al descanso.

Isidorito se levantó de improviso con el rostro desencajado y extendiendo su diestra hacia la tierra, exclamó con voz poderosa y angustiada: ¡Vuelta, vuelta por Dios, o me arrojo al agua! Entonces la falúa, no queriendo ser cómplice de un suicidio, giró sobre misma, dejó caer la vela, y echando los remos al agua, comenzó a caminar lo más velozmente que pudo al punto más cercano de la costa.

El peón alzó la cabeza, y la placa dorada de su sombrero relució un instante. ¿Tendrá usted la bondad de decirme si falta mucho para la casa del señor marqués de Ulloa? ¿Para los Pazos de Ulloa? contestó el peón repitiendo la pregunta. Eso es. Los Pazos de Ulloa están allí murmuró extendiendo la mano para señalar a un punto en el horizonte.

Era un mozo corpulento, de fisonomía dulce y simpática, sobre cuyo labio superior apenas se distinguía leve bozo rubio. ¡Soleá! exclamó al entrar, con visible y placentera emoción extendiendo sus manos á la tabernera.