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El mismo monte no es tan estático; al menos, cambia de color en las estaciones. Las casas, no; así estarían hace doscientos años, así están hoy. Todo sigue igual. Hasta el loro de mi abuela, heredado por mi madre, ahora en el balcón de mi casa, sigue diciendo, con su voz estridente y chillona: ¡A babor! ¡A estribor!

Valor necesitaban los que, cual Cabot, Brentz y Willoughby, montados en barquichuelos informes, remontando el torrente de hielos, afrontaron el Spitzberg, abrieron la Groenlandia por su fúnebre entrada, el cabo Adiós, introduciéndose hasta aquel rincón donde aun en nuestros días han ido á estrellarse doscientos barcos balleneros.

Los visitantes comunes del Salto hacen noche en Soacha, para madrugar al día siguiente y llegar a la catarata antes que las nieblas la hagan invisible. Pero nosotros íbamos con el señor de la comarca, pues la región del Tequendama, pertenece a la familia Umaña, por concesión del rey de España, otorgada hace doscientos y tantos años.

Deogracias, Rafaela y Blas han jugado diez reales cada uno. Les tocan mil doscientos cincuenta». «El carbonero, ¿a ver el carbonerodijo Barbarita que se interesaba por los jugadores de la última escala lotérica. El carbonero echó diez reales; Juana, nuestra insigne cocinera, veinte, el carnicero quince... A ver, a ver: Pepa la pincha cinco reales, y su hermana otros cinco.

Pocos hombres han poseido en tan alto grado la ciencia del mundo y el conocimiento del corazon humano, como el poeta Molière, cuyas obras valen por doscientos tratados de moral. Voltaire, el representante del buen sentido de la humanidad, fué un poeta, y como tal será admirado en el futuro, cuando nadie lea sus obras en prosa.

Al año siguiente ofreció en la misma fiesta una fuente de plata dorada, estimada en mas de doscientos ducados. En 29 de mayo de 1620 donó al cabildo una cruz grande de plata sobredorada con muchos engastes de oro y piedras preciosas, de ciento nueve marcos de peso.

Ya se arreglarían las cosas de modo que no hubiera padres sin hijos, ni hijos sin padres. Con tu sistema dijo Sofía ya se arreglarían las cosas de modo que nosotros fuésemos padres de la Nela. ¿Por qué no? repuso Teodoro . Entonces no gastaríamos doscientos duros en comprar un perro, ni estaríamos todo el santo día haciendo mimos al señorito Lili.

«Señor respondió el soldado , he visto a vuestra majestad salir solo del campo, e inferí su intento; he temido algún lazo y he venido a defender a su persona.» «¿Solo?», preguntó el rey. «Señor continuó el soldado , ¿vuestra majestad y yo, acaso no bastamos para doscientos moros?» «Saliste de mis reales soldado dijo el rey y entras en ellos duque de Alba

Había allí árboles innumerables, de infinidad de especies: unos altos, rectos, enormes, que desplegaban su ramaje a doscientos y más pies del suelo; otros, más bajos, nudosos, curvados a derecha o izquierda, y otros, en fin, delgados y raquíticos de tronco, pero de follaje gigantesco, compuesto de hojas de lo menos veinte pies de largo por tres o cuatro de ancho.

Recibís del Gobierno doscientos trece francos y algunos céntimos al mes. ¿No es así? dijo Juan, decidido a no enojarse por las indiscreciones del cura. Tenéis ocho mil francos de renta. Más o menos, no completos. Agregad a esto vuestra casa, que valdrá unos treinta mil francos. En fin, tenéis una excelente posición, y ya han pedido vuestra mano. ¿Pedido mi mano?... ¡No, no!