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Actualizado: 5 de mayo de 2025
¿Falsas? ¡eh, señora! si queréis ahora mismo por ellas doscientos doblones... ¿De veras? Tan de veras como que os los doy. No, no las vendo; quedáos con Dios. Y Esperanza volvió loca de alegría á su casa. Entretanto, el duque de Osuna decía á su mayordomo: Oye: ¿no tengo yo ninguna casa en Madrid desalquilada? Sí; sí, señor: en la calle de la Palma Alta tiene vuecencia una.
Una población famélica y desesperada de doscientos setenta cristianos movíase en torno de los cascos en seco. Ocultábanse los naturales del país, y el hambre, atraída por la soledad, se aproximaba a todo correr. No podían esperar auxilio alguno. Santo Domingo estaba a muchas leguas de distancia y no les quedaba ni un batel para intentar esta travesía audaz.
Esta zona era la de las grandes pescas, y llegaba hasta doscientos metros de fondo, profundidad en la que se pierden los rayos del sol. Más allá cesaba la luz, desaparecían las plantas, y con ellas los animales herbívoros.
Dale, que no lo creen... pues váyanse todas con doscientos mil pares de demonios, que á mí, con ser bueno me basta.... No necesito que nadie me dé bombo. Piojosas, para nada quiero vuestras gratitudes.... Me paso por las narices vuestras bendiciones.» Dicho esto salió de estampía.
Por todos lados se oía decir: Nadie, ¡bah, no habrá nadie! Pero el señor Gibert, el abogado que se había sentado en primera fila, y que hasta entonces no había dado señales de vida, levantose tranquilamente y dijo: «Tengo comprador para los cuatro lotes juntos en dos millones doscientos mil francos.» ¡Esto fue como un rayo! Un inmenso clamor seguido de un gran silencio.
Julî tenía que aprender á rezar, leer los libritos que distribuyen los frailes y trabajar hasta que pague los doscientos cincuenta pesos.
Catalina comenzó a hablar lentamente: ¡Doscientos cuarenta hombres! añadió . Son guardias nacionales y soldados... Ya cruzan el foso... Ahora suben por detrás de la media luna... Gaspar habla con Marcos... ¿Qué le dice? La anciana parecía que escuchaba. «¿Vamos pronto?» Sí, venid pronto... El tiempo vuela... ¡Ya están en la explanada!
La fachada principal de la casa no miraba al valle, sino á las altísimas montañas que lo cerraban. Entre la casa y la falda de éstas no mediaban de tierra llana más de doscientos pasos, y era el sitio que ocupaban la huerta y la pomarada.
Total, que no he podido reunir más. Aquí está el papel para el recibo... Pon mil doscientos reales para el mes que viene. Mejor será para el otro mes. Mira, mira, no pintes el diablo en la pared. Pon el mes que viene». Don José empezó a extender el recibo. «Bien clarito, señor escribano... ¡Hola, hola!, ¿está aquí tu Holofernes?... ¡Vida! ¡Gloria!».
"Mayormente -dijo- que no soy tan pobre que no tengo en mi tierra un solar de casas, que a estar ellas en pie y bien labradas, diez y seis leguas de donde nací, en aquella Costanilla de Valladolid, valdrían más de doscientas veces mil maravedís, según se podrían hacer grandes y buenas; y tengo un palomar que, a no estar derribado como está, daría cada año más de doscientos palominos; y otras cosas que me callo, que dejé por lo que tocaba a mi honra.
Palabra del Dia
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