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Es el paseo de la burguesía, y esto basta para que se haya captado la antipatía de la sociedad distinguida y ociosa. Mas en el sexo femenino que allí acude los días de fiesta suelen verse rostros muy lindos, dicho sea con perdón de aquella sociedad.

Aquí habita la burguesía, los mercaderes y el populacho. Las calles alíneanse como una pauta; y en el suelo vetusto y enlotado, hecho con inmundicias de cien generaciones, aún se ven algunas de aquellas losas de mármol de color de rosa que en otra era, en tiempo de la grandeza de Ming, lo cubrían.

Yo pertenezco a la burguesía y que si ella muestra a la plebe crédula un paraíso distante, de goces inefables, es para apartar la atención de sus cofres repletos y de la abundancia de sus sementeras. Después, más inquieto, hice decir millares de misas, rezadas y cantadas, para desagraviar al alma errante de Ti-Chin-Fú. ¡Pueril desvarío de un cerebro peninsular!

Los contrarios, gente enemiga de la burguesía, gente grosera y sin delicadeza, mandaban, en cambio, a los tres miembros de la familia, terribles anónimos difamatorios contra el supuesto novio... Y los anónimos eran más copiosos y categóricos que las felicitaciones... El cartero dejaba en la casa de Itualde, por término medio, desde hacía dos semanas, una felicitación diaria y tres anónimos.

La Iglesia, compenetrada con el pueblo, vive en paz con las otras religiones del país; una burguesía inteligente crea en el interior poderosas industrias y arma en las costas la primera marina de la época, y los productos españoles son los más apreciados en todos los puertos de Europa.

Otras veces, el espíritu democrático, latente en nuestra sociedad, no obstante ciertos anhelos de diferenciación de algún reducido grupo, lleva al «tramitador» a convertirse en lazo entre la burguesía que se forma rápidamente y la ya constituída. Pero hay también «tramitadores» interesados. Nuestro gran mundo se va volviendo un poco complejo.

Y no dejaron de molestarle también y entorpecerle ciertas disensiones domésticas, pues Refugio, que ya se estaba dando pisto de gobernadora, y se había despedido de sus amigas con ofrecimientos de protección a todo el género humano, se quedó helada cuando su señor le dijo que no la podía llevar... Pucheros, lloros, apóstrofes, quejas, gritos... «Pero, hija de mi alma, hazte cargo de las cosas; no seas así. ¿No comprendes que no me puedo presentar en mi capital de provincia con una mujer que no es mi mujer? ¡Qué diría la alta sociedad, y la pequeña sociedad también, y la burguesía!... Me desprestigiaría, chica, y no podríamos seguir allí.

La entrada era cosa ardua: no entraba cualquiera: era necesario ser crema batida de la mejor burguesía social y política para hollar las mullidas alfombras del gran salón o sentarse a jugar un partido de whist en el clásico salón de los retratos que ocupa el frente de la calle Victoria.

De aquí se deduce también que nuestros atavíos son obra de la fantasía del proletariado de aguja, y no fruto de nuestro propio espíritu creador ni de nuestro gusto estético. Así, pues, la responsabilidad de los adefesios en los atavíos que cubren a la burguesía femenina corresponde al pueblo que labora en los talleres de confección y al diablo que anda suelto por muestrarios y escaparates.

El squire había estado acostumbrado toda su vida, a recibir el homenaje de todas las gentes de la parroquia y a pensar que su familia, sus copas de plata y todo lo que le pertenecía era lo más antiguo y lo mejor; y como no frecuentaba nunca a la burguesía de esfera más elevada que la suya, su opinión no admitía cotejo.