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Se detuvo en la linde del pasto, estiró al monte, entrecerrando los ojos, la nariz vibrátil y, se sentó tranquilo. Veía la monótona llanura del Chaco, con sus alternativas de campo y monte, monte y campo, sin más color que el crema del pasto y el negro del monte. Este cerraba el horizonte, a doscientros metros, por tres lados de la chacra.

Y sale del cuarto seguida de su doncella, que le lleva recogida la cola, una espléndida cola de raso color crema. ¡Cada día va estando más linda esta Clotilde! dice el estudiante del doctorado, dejando escapar un imperceptible suspiro. D. Jerónimo da una enorme chupada al cigarro y queda envuelto instantáneamente en una nube de humo.

Proseguía: «En el establecimiento La Solidez, del conocido industrial Claudio Martínez, hay quinientas pesetas, ¡quinientas pesetas!, a la disposición de quien demuestre que alguna de las cremas conocidas en el mercado no están compuestas conforme a ninguna de las fórmulas anteriores, y otras quinientas, ¡mil!, a quien pruebe que la crema Zenitram no es distinta ni superior a las otras cremas.

Bien suponía yo que habíais de venir por ser noche de domingo, en que tu marido no tendría quehaceres. La otra noche fué una locura lo que hicisteis, creyendo que nadie lo notaría. ¡Venir solas... dos niñas... exponiéndose a la persecución de cualquier majadero mal educado!... No todos son la crema de la cortesía.

Los violines de los ingleses lanzan sus últimos lamentos, entre risas de alegría infantil. El servio tiene en la mano un pequeño cuchillo sucio de crema, y con el gesto de un hombre que no puede olvidar, que no olvidará, nunca, sigue golpeando maquinalmente la mesa.... ¡Tac!... ¡tac!... LAS PLUMAS DEL CABUR

Martínez llenaba las planas de los periódicos con llamativos reclamos, cosa que Apolonio consideraba indigna del arte verdadero. Además, Martínez, que representaba la ciencia pura y la aplicada, había inventado una crema para dar lustre, «la crema Zenitram», anagrama obtenido con el apellido del inventor, colocando en orden inverso las letras.

Respuestas cortas e indolentes «hija, qué quieres»; y «estuvo magnífico», «gente, como nunca»; «pues ya se ve que estaba la sueca»; «raso crema y granadina heliotropo combinados»; «como siempre, dedicadísimo a ella»; «, , calor»; «vaya, me alegro que lo pases bien, hija»; contestaban a las afanosas preguntas de Pilar.

Por allí, y sin saber por cierto que Pedro andaba cerca, acababa Adela, con tres amigas suyas, que estrenaban unos sombreros de paja crema adornados con lilas, de bajar del carruaje, que en la cumbre, con los caballos, esperaba.

El doctor Esquilón, inmortalizado en el óleo, adquiere en su mirada una ternura indescifrable. La viuda sigue llorando y arreglándose los lazos de un traje color crema que se ha puesto para que yo vea cómo le queda. Ya no tiene remedio, hijita la digo para consolarla y ahuyentar la triste visión. Era muy bueno, Marianela, muy bueno. ¡Qué energía, qué brío! ¡Yo creo que hubiera ido lejos!...

GELATINA DE CREMA. Con media libra de azúcar fino se baten bien seis yemas de huevo, incorporando poco a poco un cuartillo de leche cocida y fría; se pone un poco de vainilla y se acerca al fuego, moviéndolo sin cesar y retirándolo antes de que empiece a hervir; se agregan doce hojas de pescado que se habrán disuelto antes en un poquito de agua caliente.