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Actualizado: 10 de junio de 2025


En un rincón del invernáculo, alineadas sobre un aparador, las cafeteras y teteras parecían deliberar con la solemnidad de un consejo de ancianos, chocando gravemente sus barrigas metálicas. Un cesto de lilas blancas colocado en el centro de la pieza estremecíase como un montón de nieve tocado por un remolino.

Antes el altar desaparecía bajo las flores traídas de los invernáculos del castillo, y este año sólo se veían algunos ramos de lirios y lilas blancas, en floreros de porcelana dorada. Antes, todos los domingos, en la misa mayor, y todas las tardes, durante el mes de María, la señorita Hebert, la lectora de madama de Longueval, tocaba el pequeño armonium regalado por la Marquesa.

Los cabellos son tan abundantes y sedosos, cubren su cabeza de una manera tan graciosa, que al mirarlos se piensa sin querer en mil cosas amables: en el cielo azul sin nubes, en las canciones primaverales de los pajarillos, en el florecer de las lilas.

Y el cielo, de repente, como en una llamarada, se enciende de rojo: ya es como la sangre: ya es como cuando el sol se pone: ya es del color del mar a la hora del amanecer: ya es de un azul como si se entrara por el pensamiento el cielo: ahora blanco, como plata: ahora violeta, como un ramo de lilas: ahora, con el amarillo de la luz, resplandecen las cúpulas de los palacios, como coronas de oro: allá abajo, en lo de adentro de las fuentes, están poniendo cristales de color entre la luz y el agua, que cae en raudales del color del cristal, y echa al cielo encendido sus florones de chispas.

Visitó el bosque de tilos donde por primera vez se dijeron que se amaban y los recuerdos de este primer amor le parecieron llenos de encantos, pero desnudos de toda doliente impresión. Sentose entonces bajo el pabellón de lilas, en aquel banco fatal donde había dado a Magdalena el mortal beso.

Las áridas cercanías de Madrid embellecíanse con la llegada de la primavera. Cubríanse los cerros de verde al crecer la cabellera de las cebadas y los trigos. En las cañadas, los grupos de almendros adornábanse con flores: unas blancas como el nácar; otras sonrosadas, con el color de la carne femenil. Las lilas pendían como racimos de violetas de las altas ramas.

Entonces el aire del mar refresca el aire abrasador; los negros extienden la tienda rayada sobre la terraza, y uno, tendido sobre un muelle cojín, aspira el vapor del tabaco levantino, que se perfuma al atravesar un agua de rosas y de lilas, y después, una hermosa joven de Candía o de Samos, se arrodilla ante uno ofreciéndole ruborizada un sorbete helado en una copa ricamente cincelada.

Les vi varias veces cuando regresaban, ella cargada con un ramo de lilas, el velo un poco echado atrás, cual si sacrificara la compostura a la libertad de la vida campestre, el rostro algo encendido por la agitación del paseo y la vehemencia del discurso; él cargado con otro ramo suplementario, hecho un pollastro, con diez años quitados por ensalmo de encima de su cuerpo; los niños, revoloteando ora delante, ora detrás, ensuciándose de tierra y azotándose con varitas, sacudiendo los árboles tiernos y saltando las acequias salidas de madre.

Las puertas ventanas del comedor se abrían al nivel del jardín. La madre y la hija entraron en él y se sentaron juntas en un banco rodeado de lilas cuyas hojas empezaban a brotar. Apenas sentada Juana exclamó: Madre mía, después de lo que ha dicho ese hombre, si le mata... será un verdadero asesinato...

El cielo estaba estrellado; el aire era tibio y embalsamado. Sentíase a la primavera batir sus alas al cernirse sobre el mundo. La, Naturaleza esparcía por toda la creación esa vida que se respira con las primeras brisas de mayo. Después de algunos días magníficos y de algunas noches serenas, las flores se apresuraban a abrir sus cauces y las lilas estaban casi agostadas.

Palabra del Dia

irrascible

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