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Era una fuerte rodela, en cuya plancha de acero figuraba en esmalte, sobre campo de gules, un azor, cubierta la cabeza por el capirote y asido por la pihuela a una blanca mano que parecía de mujer. tienes en el hombro derecho dijo el anciano grabado con indeleble marca, un azor semejante al del escudo. Por él serás un día reconocido y se sabrá quiénes son tus padres.

En cierta ocasión, estando las dos planchando las enaguas de una muñeca, la cruel muchacha le dijo con cierto tonillo de burla: Si tanto me quieres, ¿a que no eres capaz de ponerte por esta plancha en un brazo? María levantó con decisión la manga del vestido y aplicó la plancha encendida al brazo, ocasionándose una horrible quemadura.

Eran mujeres que traían carbón a bordo, trepando sobre una plancha inclinada las que venían cargadas, mientras las que habían depositado su carga, descendían por otra tabla contigua, haciendo el efecto de esas interminables filas de hormigas que se cruzan en silencio. Pero aquí todas cantaban el mismo canto plañidero, áspero, de melodía entrecortada.

Ya sabe usted que el pobrecito carece de sal en la cabeza. , hijita; no tiene más que agua de lino y cosmético, con cuyos elementos se plancha el pelo. Por dentro y por fuera, todo es plancha. Sigue... Las insinuaciones fueron muy directas, por dos razones. La primera, porque sus recursos de palabra son muy pobres. El mozo «tilinguea» en cuanto abre la boca.

Las demás prendas de ropa, si al sombrero igualaban en longevidad, no podían emular con él en el disimulo de años de servicio, porque con tantas vueltas y transformaciones, y tantos recorridos de aguja y pases de plancha, ya no eran sino sombra de lo que fueron.

¡Condenado! exclamó Benina sin poder contener su enojo , ¿por qué no empezaste por ahí? Pues si el primer requesito es ser hombre... ¡a ver! Perdoñar ... Olvidar cosa migo. no tienes la cabeza buena. ¡Vaya una plancha! Pero ¡ay! la culpa es mía, por haberme creído las paparruchas que inventan en tu tierra maldecida, y en esa tu religión de los demonios coronados.

Creyó ver gentes que se ocultaban detrás de un montón de mercancías al oír sus pasos. Luego sonaron tres detonaciones, tres tiros de revólver. Una bala silbó en uno de sus oídos. Y como yo no llevaba armas, corrí. Afortunadamente, fué cerca del buque, casi junto á la proa. Sólo tuve que dar unos cuantos saltos para meterme plancha adentro en el vapor... Y ya no dispararon más.

Ya me ha dicho éste que preparamos una operación extensa. Toma. EVARISTA. No me asombraré de verle a usted entrar con otra carga de dinero... Dios lo manda. Al ver a su tía, vacila, no se atreve a pasar. Arráncase al fin, tratando de escabullirse. ELECTRA. En el cuarto de la plancha. Fui a que Patros me planchara un peto... EVARISTA. ¡Y te estás con esa calma! ELECTRA. Una carta.

Estaba encerrada en un óvalo que podría tener media vara en su diámetro mayor, y el aspecto de ella no era de mancha sino de dibujo, hallándose expresado todo por medio de trazos o puntos. ¿Era talla dulce, agua fuerte, plancha de acero, boj o pacienzuda obra ejecutada a punta de lápiz duro o con pluma a la tinta china?... Reparad en lo nimio, escrupuloso y firme de tan difícil trabajo.

El imperio de la belleza no tiene rebeldes. La fea, que «plancha» por serlo, tiene dos causas de aflicción: la primera es una herida de amor propio al verse relegada; la segunda envuelve una pesadumbre más profunda y definitiva. Expliquemos su psicología. Ninguna persona, y menos aún una señorita, naturalmente optimista, tiene una idea exacta de su fealdad. La naturaleza nunca es cruel del todo.