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Lucy, hermana de mi abuelo, había sido abadesa de las Ursulinas de Mâcón, y en aquel tiempo iban a visitarla y a jugar en el convento los hijos pequeños de su hermano. No había pasadizo, jardín, celda ni escalera secreta que fuese desconocido por ellos.

Cuando la casa solariega fue secuestrada, mi madre se retiró a la pequeña en compañía de una o dos mujeres. Otro poderoso atractivo la seducía. Precisamente frente a las ventanas de la otra parte de la oscura callejuela estrecha y silenciosa, se alzaban y alzan todavía los elevados y sombríos muros aspillerados por algunas ventanas de un convento de monjas Ursulinas.

Era ésta una mujer alta, huesosa, de dura y vieja fisonomía, coronada por abundante masa de negrísima cabellera. Aristócrata y célibe empedernida, en cuanto él cumplió la mayor edad, profesó ella en la orden de las ursulinas. No sin decirle antes, sintetizando su obra educativa: Por tu nombre y antepasados, eres el primer noble, el primer grande de nuestra siempre noble y grande España.

ELECTRA. Mi madre... No se asombre usted... Mi madre puede decirme... y luego aconsejarme... ¿No cree usted que las personas que están en el otro mundo pueden venir al nuestro? Yo . Lo creo porque lo he visto. Yo he visto a mi madre. EVARISTA. ¡Virgen del Carmen, cómo está esa pobre cabeza! ELECTRA. Cuando yo era una chiquilla de este tamaño... EVARISTA. ¿En las Ursulinas de Bayona?

Se la felicitaba, se la acariciaba, se la besaba, se le decían mil ternezas. Había sinceridad en unas, había falsedad en otras, que en el mundo el bien y el mal no se encuentran jamás solos. Aquella juventud se entregaba a la alegría y retozaba acordándose de los tiempos en que hacían lo mismo en el jardín de las Ursulinas. No te darás tono de señora casada con nosotras, ¿verdad, Araceli?

De regreso a Mâcón, mi madre volvió a encerrarse en su pequeña casita junto a las Ursulinas. Cuando la noche estaba oscura y apagados los faroles de la calle, se deslizaba desde el aposento de mi padre hasta el desván, una cuerda llena de nudos, por medio de la cual se valía para pasar junto a los seres que idolatraba, algunas horas deliciosas e intranquilas a la vez.

Ocho días he pasado en Lyón para poder ver alguna vez más a mi Alfonso y con el fin de acostumbrarme a estar separada de él. El abate Lamartine, que habita en su propiedad próxima a Dijón, nos cede su casita próxima a la calle de Ursulinas en Mâcón, donde pasaremos el invierno. Esta casa está junto al palacio de la familia que habitan mi hermano político M. de Lamartine y sus dos hermanas.

ELECTRA. En las Ursulinas tenía yo una muñeca preciosa a quien llamaba también Lulú; y mire usted que misterio, tía: siempre que andaba yo por la huerta, al caer la tarde, solita, con mi muñeca en brazos, tan melancólica yo como ella, mirando mucho al cielo, era segura, infalible, la visión de mi madre... primero entre los árboles, como figura que formaban los grupitos de hojas; después... dibujándose con claridad y avanzando hacia por entre los troncos obscuros...

Aquel republicano lloró cuando las puertas de las Ursulinas se cerraron para detener al prisionero. Encontrose mi padre allí con buena y numerosa compañía, puesto que había en aquella cárcel más de doscientos sospechosos de la provincia, amontonados en las habitaciones y los corredores del antiguo convento. Mi padre pidió por todo favor le concedieran para él solo un rincón en el granero.