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Los nuevos amantes temen ser descubiertos y carecen de valor para confesar su falsía y para arrostrar el enojo del padre y de la hermana tan duramente ofendidos. Entonces toman la peor y más viciosa de las resoluciones. Ambos huyen juntos. D. Alvaro, que idolatraba a sus dos hijas y que se hallaba muy enfermo, no puede resistir golpe tan rudo.

Allí tenía Mutileder una prima, que era un sol de belleza, con diez y ocho años de edad, y más rubia que él, si cabe. Esta prima se llamaba Echeloría. Su padre, viudo y muy rico, la idolatraba. Mutileder y Echeloría eran de casta ibera purísima, sin mezcla alguna de celtas ni de fenicios.

En esta oscuridad, y siendo además D. Miguel poco entusiasta, quería con moderación a doña Luz; pero la quería con toda la fuerza de alma de que él podía disponer para el cariño, que era poquísima. Doña Luz, en cambio, idolatraba al cura de cierta manera.

Pasaba por romántica entre las amigas, quizá porque poseía alguna más inteligencia y corazón que la mayor parte de ellas. Era admiradora del talento: le repugnaban los seres prosaicos que constituían casi la totalidad de las relaciones de su padre. Idolatraba la memoria de su marido a quien había adorado en vida como a un hombre superior, eminente.

De regreso a Mâcón, mi madre volvió a encerrarse en su pequeña casita junto a las Ursulinas. Cuando la noche estaba oscura y apagados los faroles de la calle, se deslizaba desde el aposento de mi padre hasta el desván, una cuerda llena de nudos, por medio de la cual se valía para pasar junto a los seres que idolatraba, algunas horas deliciosas e intranquilas a la vez.

La verdad es que era desolador el ser tan pequeñita, tan pequeñita. ¿Quién podría amarme así? Pero me consolaba leyendo Peveril del Pic. Era esta una de mis novelas preferidas, entre las de Walter Scott, precisamente a causa de Fenella, cuya altura era a buen seguro, más exigua que la mía. Yo amaba, idolatraba a Buckingham.

Su madre, la Condesa viuda, le idolatraba y le había mimado siempre; pero los mimos, lejos de pervertir las buenas naturalezas, las hacen mejores y más dulces; convierten la hiel en almíbar. Para el Condesito era fácil ser bueno. Nada envidiaba. Todo le sonreía. Ya hemos dicho que poseía quince mil duros de renta, que era de buena familia y que gozaba de perfecta salud.

Y Laura dijo lo que se sabía, habiéndolo oído contar en casa de su tía Viviana. Don Mariano Vázquez tuvo en sus mocedades una novia, a quien idolatraba... Pero ella, la muy picara, rompió un buen día el compromiso para casarse con su primo, un calavera «de siete suelas»... Don Mariano debía ser pues un hombre melancólico y escarmentado...

No, niña de mi alma replicó él sentado en el suelo sin descubrir el rostro, que tenía entre las manos . ¿No ves que lloro? Compadécete de este infeliz... He sido un perverso... Porque la Pitusa me idolatraba... Seamos francos. Alzó entonces la cabeza, y tomó un aire más tranquilo. Seamos francos; la verdad ante todo... me idolatraba.

Sabía de todo, despreciaba a los españoles disimulándolo, idolatraba a su hija Marta, y venía a hacerse rico. Detrás de esta pareja entraron, también del brazo, Marta Körner y Bonis; les seguía de cerca, solo, D. Juan Nepomuceno, que parecía haberse azogado las patillas, que semejaban pura plata.