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La misma Pitusa me era odiosa, como las palabras inmundas... Un día dije vuelvo, y no volví más... Lo que decía Villalonga: cortar por lo sano... Yo tenía algo en mi conciencia, un hilito que me tiraba hacia allá... Lo corté... Fortunata me persiguió; tuve que jugar al escondite. Ella por aquí, yo por allá... Yo me escurría como una anguila. No me cogía, no.

Fortunata, implacable, no se quería callar, y entre los que rodeaban a la víctima se dividieron los pareceres respecto a lo que se debía hacer con la agresora. Subió más gente, y el obrador, con tanto vocear y las pisadas de los que entraban y salían, parecía un infierno. vii La primera que llegó a la casa de la Cava, durante la ausencia de la Pitusa, fue Guillermina.

Llamábanla a ella desde niña la Pitusa, porque fue muy raquítica y encanijada hasta los doce años; pero de repente dio un gran estirón y se hizo mujer de talla y de garbo. Sus padres se murieron cuando ella tenía doce años... Oía estas cosas Maximiliano con mucho placer. Pero con todo, mandábala que fuese al grano, a las cosas graves, como lo referente al hijo que había tenido.

La Pitusa no expresaba nada, por lo cual su fervorosa amiga volvía al ataque con más brío y pasión. «Fortunata, hija mía, por el cariño que me tiene, y que yo no me merezco, por el que yo le he tomado y que le conservaré toda mi vida, le pido que se arranque esa idea, y la arroje aquí, como si fuera un adorno de los que se ponen las pecadoras, un lunar postizo, un colorete.

No quería ponerse a mal con aquella gentuza, por lo que pudiera tronar, y sin perder tiempo ni meterse en dimes y diretes con el vicioso Luquitas, por el abandono en que a su mujer tenía, se fue derecha a su objeto: «¿Y no está por aquí la Pitusa?

Con tanto pordiosear mañana y tarde, nunca le salía la cuenta; no había ya ningún nacido que le fiara valor de un real; la Pitusa amenazola con dar parte si no le devolvía en breve término sus alhajas.

Así se hizo, cargándole entre las dos y otra compañera, pues el enfermo pesaba como un manojo de cañas, y en casa, a fuerza de pellizcos y restregones, volvió en , y les dio las gracias tan amable. La Pitusa le hizo unas sopas, que tomó con apetito, dando a cada momento las más expresivas gracias... tan fino, y así estuvo hasta la mañana, bien apañadito en su jergón.

El alocado don Pedrito tiene por delante un hermoso porvenir. Sería una estupidez echarlo a rodar de esa manera. ¿Qué iba a hacer él, sin oficio ni beneficio, casado con una pitusa, hija de un remendón que no tiene sobre qué caerse muerto? Yo no podría aprobar semejante desatino. Queda la cuestión de conciencia, la moral. Yo me río de lo que la gente suele entender por moral.

«¿Quién es esta madama? dijo la Pitusa, que con presteza lo cogió para examinarlo . Como guapa, lo es... Quería yo prosiguió Frasquito tomando aliento a cada sílaba , demostrarle a Obdulia su perfecta semejanza con... Pues este retrato no es de la niña dijo Benina contemplándolo . Algo se le parece en el corte de cara; pero no es mismamente. Digan ustedes si se parece o no.

Faltas cometí, ¿quién lo duda?, pero imagínate que hubiera seguido entre aquella gente, que hubiera cumplido mis compromisos con la Pitusa... No te quiero decir más. Veo que te ríes. Eso me prueba que hubiera sido un absurdo, una locura recorrer lo que, visto de allá, parecía el camino derecho. Visto de acá, ya es otro distinto. En cosas de moral, lo recto y lo torcido son según de donde se mire.