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Actualizado: 20 de septiembre de 2025


Y volvió a mirar al chico, recreándose silenciosamente en su hermosura y lozanía. Fortunata le bebía a ella las miradas, jactándose de adivinarle el pensamiento, el cual bien podía ser este: «¡Si Jacinta le viera...!». ¿Pero cómo le había de ver? Esto que era imposible. «Por pensaba la Pitusa , no habría inconveniente... ¡Pero cuánto sufrirá la pobrecilla, si le ve!

Del cuerpo no he de decir sino que difícilmente se encontrarían formas más exactamente comparables a las de un palo de escoba vestido, o, si se quiere, cubierto de trapos de fregar suelos; de los brazos y manos, que al gesticular parecía que azotaban, como los tirajos de un zorro que quisiera limpiar el polvo a la cara del interlocutor; de su habla y acento, que sonaban como si estuviera haciendo gárgaras, y aunque parezca extraño, diré también, para dar completa idea de la persona, que de todas estas exterioridades desapacibles se desprendía un cierto airecillo de afabilidad, un moral atractivo, por lo que termino asegurando que la Pitusa no era antipática ni mucho menos.

Con el gasto de aquellos días, con las prodigalidades caritativas en las Cambroneras, los duros que restaron del préstamo de la Pitusa, después de saldados débitos apremiantes, se iban reduciendo por horas, hasta quedar en uno solo, o poco más, el día de la tercera escapatoria al arrabal del Puente de Toledo.

Deseé, puedes creerlo, que la Pitusa fuera mala para darle una puntera... Pero, quia... ni por esas... ¿Mala ella? a buena parte... Si le mando echarse al fuego por , ¡al fuego de cabeza! Todos los días jarana en la casa.

El último a quien vi fue Izquierdo; le encontré un día subiendo la escalera de mi casa. Me amenazó; díjome que la Pitusa estaba cambrí de cinco meses... ¡Cambrí de cinco meses...! Alcé los hombros... Dos palabras él, dos palabras yo... alargué este brazo, y plaf... Izquierdo bajó de golpe un tramo entero... Otro estirón, y plaf... de un brinco el segundo tramo... y con la cabeza para abajo...

Hoy acababa en bien, mañana no... Cantos, guitarreo... José Izquierdo, a quien llaman Platón porque comía en un plato como un barreño, arrojaba chinitas al picador... Villalonga y yo les echábamos a pelear o les reconciliábamos cuando nos convenía... La Pitusa temblaba de verlos alegres y de verlos enfurruñados... ¿Sabes lo que se me ocurría?

Lloraste por tu Pitusa de tu alma, y te llamabas miserable por haberla abandonado. Créelo, te pusiste que no había por dónde cogerte. Vaya, hija, pues ahora con la cabeza despejada, voy a decirte dos palabritas para que no me juzgues por peor de lo que soy. Se fueron de paseo por las Delicias abajo, y sentados en solitario banco, vueltos de cara al río, charlaron un rato.

Seguramente vendrían para ella grandes apreturas, pues tenía que devolver pronto a la Pitusa sus joyas, allegar recursos para mantener a la señora y a su huésped, socorrer a Almudena, etc... Tantas obligaciones se había echado encima, que ya no sabía cómo atender a ellas.

Después cogía en la boca un buche de agua y algunos granos de algarroba, y metiéndose el pico en la boca... les daba de comer... Era la paloma madre de los tiernos pichoncitos... Luego les daba su calor natural... les arrullaba, les hacía rorrooó... les cantaba canciones de nodriza... ¡Pobre Fortunata, pobre Pitusa!... ¿Te he dicho que la llamaban la Pitusa? ¿No?... pues te lo digo ahora.

Transcurrió algún tiempo sin que yo pensara en semejante cosa, y no debo ocultarte que sentía cierto escozorcillo aquí, en la conciencia... Por Enero de este año, cuando me preparaba a hacer diligencias, una amiga de Segunda me dijo que la Pitusa se había marchado de Madrid. ¿A dónde? ¿Con quién? Ni entonces lo supe ni lo he sabido después.

Palabra del Dia

passaro

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