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Actualizado: 24 de julio de 2025


¿Tienes frío? preguntaba Germán. Y Ana respondía, con los ojos muy abiertos, fijos en la luna que corría, detrás de las nubes: ¡No! ¿Tienes miedo? ¡Ca! Somos marido y mujer decía él. ¡Yo soy una mamá! Y oía debajo de su cabeza un rumor dulce que la arrullaba como para adormecerla; era el rumor de la corriente.

La melancolía era el castigo impuesto por la Naturaleza a los déspotas de la decadencia occidental. Cuando un rey tenía cierta predisposición artística, como Fernando VI, en vez de gustar la alegría de vivir, moría de tristeza escuchando las arias de tiple con que le arrullaba femeninamente Farinelli.

En aquellas cartas que rasgaba, lloraba, gemía, imprecaba, deprecaba, rugía, arrullaba; unas veces parecían aquellos regueros tortuosos y estrechos de tinta fina, la cloaca de las inmundicias que tenía el Magistral en el alma: la soberbia, la ira, la lascivia engañada y sofocada y provocada, salían a borbotones, como podredumbre líquida y espesa.

Pocas veces se había visto una pasión más viva, más frenética que la que esta señora sentía por su hijo. Para ella seguía siendo el mismo niño que arrullaba en la cuna, consolándose de la muerte repentina de su esposo. Decíase burlando entre los veraneantes que seguía acostándole calentándole previamente la cama y haciéndole repetir su oración al santo ángel de la guarda.

Si creía notar que se estremecía con escalofríos, apretaba dulcemente, liándose a él para comunicarle todo el calor posible. Cuando él gemía o respiraba muy fuerte, le arrullaba dándole suaves palmadas en la espalda, y por no apartar sus manos de aquella obligación, siempre que quería saber si sudaba o no, acercaba su nariz o su mejilla a la frente de él.

Las ruedas y frenos gruñían; pero conforme se cerraban mis ojos, encontraba yo en su ruido nuevas modulaciones, y tan pronto me creía mecido por las olas como me imaginaba que había retrocedido hasta la niñez y me arrullaba una nodriza de bronca voz. Pensando en tales tonterías me dormí, oyendo siempre el mismo estrépito y sin que el tren se detuviera. Una impresión de frescura me despertó.

¡Oh! dijo Meñique; mi madre me arrullaba con ese cuento: ¡es la cascada! Dime ahora preguntó la princesa, ya con mucho miedo: ¿quién es el que anda todos los días el mismo camino y nunca se vuelve atrás? ¡Oh! dijo Meñique; mi madre me arrullaba con ese cuento: ¡es el sol! El sol es dijo la princesa, blanca de rabia.

Mientras trabajó en la oscuridad tenía la vaga conciencia de su genio: una voz interior le decía que las obras que salían de sus manos valían más que otras loadas por la crítica. Sentíase con fuerzas para llevar a cabo algo grande y bello. Cuando escuchó los elogios que se tributaban a su grupo no quedó sorprendido: era la misma dulce canción con que su corazón le arrullaba siempre.

Anhelando olvidar la señora su anterior desvarío, creía que el mejor medio era borrar con expresiones cariñosas las malévolas ideas de antes, y así, mientras su compañera la arrullaba, decíale: «Si yo no te tuviera, no qué sería de . Y luego me quejo de Dios, y le digo cosas, y hasta le insulto, como si fuera un cualquiera.

Desde sus torres, siendo mozo, miraba a lo lejos, soñando conquistar el mundo y adornar su frente con una corona. Aquí conoció a su mujer, y, bajo las frondas de estos árboles, arrullaba a su pequeña Elsa, que era el sol de su vida... , siento en las manos la humedad de tus lágrimas. Te lo ruego, no llores.

Palabra del Dia

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