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A pesar de ésto, gran porción de Mindanao se encuentra inculta, sin que en ella se hayan notado hasta ahora esos signos indelebles que acusan los progresos de una civilización ávida de remover las riquezas de tan espléndidos países, donde el reino mineral guarda tesoros incalculables recubiertos de bosques, cerrados hoy por las frondas de una exuberante vejetación que se propaga y crece, no al cuidado de un cultivo inteligente, basado en los adelantos de las ciencias agronómicas, sino libre y salvaje, fecundada por lluvias y rocíos al amparo de las tibias caricias de aquel clima incomparable.

El alma de mi raza tiene ensueños románticos; calma sus pesadumbres con amorosos cánticos, en idílicas noches, bajo un claro fulgor. Sonríe cuando mira la pensativa luna rielar sobre las ondas de una inquieta laguna, fingiendo dulce calma, ahogando su dolor. Sonríe cuando escucha, en la blanca mañana, los acordes de un canto que un pájaro desgrana en las frondas de un bosque virgen de humano pie.

Entre todas, y á modo de ramilletes gigantescos festoneados con las espléndidas frondas de aquella exuberante y rica vegetación tropical, circundan limitándola una gran porción de agua; mar interior que á semejanza del Mediterráneo en nuestra Europa, ha sido y será por largo tiempo el foco convergente de las más potentes energías del Archipiélago, de la industria y del comercio, y donde la mayor densidad de población acusa con su plétora de vida el bienestar que la riqueza proporciona.

La iglesia, el convento y el tribunal. Dos cuadros. Un cocinero municipal y una mestiza tendera. Aguas constantes. Higrómetros y termómetros. Frío. Las frondas del gran Banajao. Artes y oficios. La niña, la hermana y la madre. Tejedoras. Petacas y sombreros. Música fuerte y música débil. Fray Samuel Mena. El pretil del convento. La campana de las ánimas. Cofradías. La guardia de honor de María.

Era el trueno, que estallaba a lo lejos, solemne y terrible. Lucía exhaló un gemido de pavor, cayendo con la faz contra la hierba. Desgarráronse las nubes, y anchas gotas de agua cayeron, sonando como goterones de plomo líquido en la crujiente seda de las frondas de mimbre.

Por todas partes lo circundan cerros de mediana altura como aquel en que se hallaban, vestidos de castañares y bosques de robles, tupidos unos, otros dejando ver entre sus frondas la mancha verde, como una esmeralda, de algún prado.

Pues este rico y exuberante estilo, que cubrió de frondas de piedra los botareles y pináculos de nuestras antiguas ciudades, é hizo que, trasformadas las puertas y ventanas y cornisas y postes de los edificios en glorietas de florecidas enramadas, acudieran á alojarse en ellas ángeles y pájaros, y jimios, y animalillos de fantásticas formas; este estilo, repetimos, no visitó con su magnífica si bien decadente pompa el interior del gran templo cordobés; solo en su átrio dejó una ligera huella.

En el fondo de esta masa verdosa, iluminada con transparencias de ópalo por el sol poniente, veía agarradas a las peñas extrañas vegetaciones, bosques minúsculos, en cuyas frondas pegajosas movíanse bestias de formas fantásticas, rampantes y veloces o torpes y sedentarias, con duras corazas grises y rojizas, erizadas de defensas, armadas de tenazas, de lanzas y de cuernos, dándose caza entre ellas y persiguiendo a seres menos fuertes que pasaban como exhalaciones, haciendo brillar en la rapidez de la fuga su transparencia de cristal.

Arbol coloso de verdor florido que tres centurias crece y exubera, es en mi patria la cultura ibera que la escuadra inmortal nos ha traído. Nativos ruiseñores hacen nido en sus frondas de eterna primavera, y aunque enfurece la ventisca fiera, en la arada social seguirá erguido. En vano ilusos de intelecto oscuro, que miran su grandeza con inquina, clavan las hachas en su tronco duro.

Es una especie de palmera cuya altura varía entre diez y veinte pies, que tiene un tronco muy corto coronado de grandes frondas de color verde brillante. Sus flores despiden un perfume muy fuerte, su fruto se asemeja un tanto al del coco y echa desde cuatro hasta nueve bayas por árbol.