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Menos suntuosos por la exuberancia del verdor y la prodigiosa multitud de flores, son, sin embargo, los pastos altos más agradables que las praderas bajas; más íntima y benigna es la alegría de sus masas de verdor. Es más grato pasearse por la corta hierba y entrar en conocimiento con las flores que brotan á millares de la alfombra verde. Incomparable es el brillo de sus corolas.

Me metí en la cama respetando tu ausencia, tu sueño o lo que fuere; dormí como un lirón, y por la mañana me despertó el piar de los gorriones, cosa que me produjo la ilusión de que estaba aún en el campo; así, que abrí los ojos creyendo ver el verdor, las flores y los pájaros y me quedé sorprendido cuando me encontré, con que desde mi cuarto vi todo eso.

¡Qué blancura tan admirable! No: mucho mejor que eso. Las vírgenes y las niñas, por dulces que sean, tienen poco más ó menos lo que podemos llamar el verdor de la juventud, mientras que el candor de nuestra perla aseméjase más bien al de la inocente desposada, tan pura, aunque sumisa al amor. No tiene la menor ambición de brillar, suavizando, y apagando casi sus matices.

El doctor había permitido que al mediodía, por ser aquélla la hora de más calor y no ofrecer peligro para la enferma, se abriesen por primera vez las ventanas del aposento de Magdalena; de modo que encontró a ésta sentada en su cama con el deseo retratado en el semblante de respirar aquel aire que le estaba vedado todavía y contemplar de cerca aquel frondoso verdor del parque, bajo cuya sombra no podía correr aún; pero en cambio ya que nada de esto le estaba permitido, había hecho cubrir su cama de flores, como se hace con los palios en la poética fiesta del Corpus.

Desde la vertiente en que se había detenido, el inspector general veía claramente la fachada principal de la casa tapizada de madreselvas y rosales; veía también los caminillos del jardín trazados al estilo francés y más allá del parque y de las paredes de cierre, en el espacio que el bosque dejaba todavía libre, se veían extensos campos de hierba, de centeno, de alfalfa que la brisa movía como las olas del mar y el sol iluminaba esplendorosamente; más lejos comenzaban de nuevo los bosques que iban subiendo dulcemente y coronaban con su verdor esa pacífica y riente soledad.

Desde los pastos más altos se vislumbra la cumbre elevada, erguida como una pirámide de gradas desiguales: placas de nieve que llenan sus anfractuosidades, le dan un matiz sombrío y casi negro por el contraste de su blancura, pero el verdor de los céspedes que cubren á lo lejos todas las cimas secundarias aparece más suave al mirar, y los ojos, bajando de la masa enorme de formidable aspecto, reposan voluptuosamente en las muelles ondulaciones que ofrecen las dehesas.

Esa corta extensión de verdor, que divisan de lejos los pastores en la superficie gris y quemada de la vertiente, es la Fuente de los tres Señores. ¿Cuál era el origen de tan extraño nombre? ¿Cómo había tomado el de tres potentados fuente tan humilde?

Allá arriba, bajo la pálida claridad que refleja el cielo del Norte, hay abetos de ramas obscuras: á la claridad vivificadora del mediodía, viven tan á gusto como en una espaldera los alerces de delicado verdor. Como las plantas que buscan para florecer los rayos del sol, el hombre ha elegido para morada suya las pendientes que miran al Mediodía.

Finalmente, á los quince dias de una penosa navegacion, durante los cuales no habia yo visto otra cosa sinó bosques, y la pequeña parte de cielo correspondiente al profundo surco abierto por los rios en medio de ese oceano de perenne verdor, vine á encontrarme con la nacion de los Yuracarees, al pié de las últimas faldas de la cordillera oriental.

En torno de Ayartiaga no se oía más que el estridente rodar de alguna carreta mal engrasada y el apacible silbo del viento, que se complacía en cimbrear suavemente las cañas de los maizales, fingiendo oleadas entre el verdor de los cerros. El pueblo, formado por dos líneas de pobrísimas casas tendidas a lo largo de la carretera, no había despertado aún.