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Sitio tan apacible convidaba al reposo, y convidaba a beber el agua limpia del remanso, cuya haz tranquila, rizándose un poco, delataba la mansa corriente o que el agua no estaba estancada y sin renovarse.

Los Coloquios pastoriles de muy agraciada y apacible prosa, por el excelente poeta y gracioso representante Lope de Rueda, son el Coloquio de Timbria y el Coloquio de Camila. Idem.

De este modo, aquella sociedad era siempre apacible, cariñosa y hospitalaria. Por mi parte, unido por estrechos lazos de parentesco á muchas de sus familias, creo tener en esta sola circunstancia motivo sobrado para evocar con satisfacción estos recuerdos. Para pagar con ellos las horas de verdadero placer que aquel pueblo me ha proporcionado no serían bastante.

En ésta que se hallará todo lo que se acertare a desear en la más apacible; y si algo bueno en ella faltare, para tengo que fue por culpa del galgo de su autor, antes que por falta del sujeto.

Cierto que su carácter apacible le hacía mirar con horror las violencias de la guerra, pero en aquella época de órdenes militares no era tan marcada como en nuestros días la separación entre el religioso y el soldado, unidos entonces con frecuencia en una sola persona.

Se quiere una vez y después... se las arregla uno como puede. Y ella es hermosa, Alvarín, hermosa, hermosa; eso te lo juro yo. , eso a la vista está. No, no todo está a la vista como comprendes. Me lo figuro. No es lo mismo. Hubo una pausa. Y continuó Visita: ¿Ves esa cara dulce, apacible, que sólo tiene algo de pasión en los ojos, y esa, como a la sombra debajo de las pestañas, contenida...?

Gastaba, , pero con pulso y medida, y sus placeres dejaban de serlo cuando empezaban a exigirle algo de disipación. En tales casos era cuando la virtud le mostraba su rostro apacible y seductor. Tenía cierto respeto ingénito al bolsillo, y si podía comprar una cosa con dos pesetas, no era él seguramente quien daba tres.

Al llegar al valle mismo del Rin, orillando su márgen izquierda, el paisaje toma un aspecto magnífico y apacible.

Lo que propiamente llamamos amor, la verdad, Fortunata no lo sentía por su amigo; pero le tenía respeto, y el cariño apacible a que era acreedor por su hidalgo comportamiento. Teníale ella por la persona más decente que había tratado en su vida. ¡Y cuánto sabía! ¡Qué experiencia del mundo la suya, y con qué habilidad se las gobernaba!

Fueron, pues, estos momentos de deleite que dieron a ellos, al menos por algún tiempo, la ilusión de apacible y duradera dicha.