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Actualizado: 23 de septiembre de 2024


La dejé sin abrir, cogí los papeles que la envolvían, y miré a ver si en ellos había alguna indicación de su procedencia. Nada; no había nada. Llamamos a la criada, que era una muchacha nueva. ¿ has recibido esta caja? le pregunté. . ¿Quién la ha traído? Un hombre. Me lo figuro. ¿Pero qué hombre? ¿Un hombre de aquí del pueblo? No; yo al menos no le conocía. ¿Cuándo ha venido?

El señor dijo don Celso, señalando a éste y hablando con don Simón es don Zambombo, como le llamamos los que nos honramos con su amistad íntima, o don Jeromo Cuarterola, como le llaman en el pueblo y fuera de él cuantos le conocen y le quieren, porque se lo merece; y por eso le sirven a ojos cerrados.... En fin, que el señor es el jefe electoral de toda esta comarca.

Pero él, poniendo al paso la cabalgadura y mandándonos que le siguiéramos uno a cada lado, continuó hablando así: Muchachos, no puedo olvidar aquella célebre jornada, que llamamos de los Tres Emperadores, y que es sin duda la más sangrienta, la más gloriosa, la más hábil con que ha ilustrado su nombre el gran tirano, ese hombre casi divino, a quien ahora puedo nombrar a boca llena, porque no nos oyen más que el cielo y la tierra.

Al tiempo que en la mar brava se emboca, Al un cabo dos islas, como hermanas, Estan, que cada cual parece roca. Los Castillos se dicen, muy cercanas Al cabo que nombré Santa Maria, Que poco de estas islas se desvía. Al otro cabo, Blanco le llamamos, El cual en la mar entra mas derecho Y mas bajo, y por esto navegamos, Por mas seguro este otro, un poco trecho.

Tirando de un cordon que está en el despacho, hace largo años que suena una campanilla; ó en lenguaje idealista, el fenómeno interno formado de ese conjunto de sensaciones en que entra eso que llamamos cordon y tirar de él, produce ó trae consigo eso otro que apellidamos sonido de la campanilla.

Su ciencia era su fe religiosa, y ni para rezar necesitaba breviarios ni florilogios, pues todas las oraciones las sabía de memoria. Lo impreso era para él música, garabatos que no sirven de nada. Uno de los hombres que menos admiraba Plácido era Guttenberg. Pero el aburrimiento de su enfermedad le hizo desear la compañía de alguno de estos habladores mudos que llamamos libros.

Situación de la provincia de Chiquitos, costumbres y calidades de los naturales. La provincia, á quien vulgarmente llamamos de los Chiquitos, es un espacio de tierra de doscientas leguas de largo y ciento de ancho; por el Poniente mira á Santa Cruz de la Sierra, y algo más lejos á las misiones de los Moxos, que pertenecen á nuestra provincia del Perú.

Nuestro cochero pasó de largo, y como a un cuarto de milla del punto le hicimos parar, bajamos y retrocedimos a pie, ordenándole que nos esperara. Llamamos a la puerta y nos abrió una anciana con gorra y adornos de cintas.

El sol continúa esparciendo sus inmensas madejas; ese flúido que llamamos luz, refleja en las superficies, se refringe segun los cuerpos que atraviesa, y llega á las retinas de los ojos antes videntes, ahora convertidas en insensibles membranas, colocadas tras un cristal; pero todo eso que se llama color y sensacion de luz, todo ha desaparecido.

Hombre añadió el fiscal repantigándose en su silla y metiendo los pulgares por las sisas del chaleco : un Alejandro que tiene por hermanos a un Héctor y un Aquiles, no puede ni debe ser otro de menor talla que el de Macedonia, el Magno, que llamamos la Historia y yo. Además, según mis noticias, es tuerto como su ilustre padre, el jumista Filipo. Otro rasgo de familia...

Palabra del Dia

jediael

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