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"Al menos no seré, dice la bella, Contra nuestro Filipo yo traidora, Muger de traidor, : maldita estrella La vuestra, y desdichada y triste hora, En que fuistes conmigo desposado, Pues contra nuestro Rey sois levantados."

Un ruido que se oye detrás de la escena, ahuyenta á las dos sombras: llega Filipo, el padre de Eugenia; nota que su hija tiene un libro cristiano ante los ojos, y se llena de cólera, porque es celoso perseguidor de la nueva secta.

Al principio del acto tercero se nos ofrece Ludovico, que regresa á Irlanda después de viajar largo tiempo por toda Europa, no guiándole otro propósito que matar al general Filipo, en quien no ha podido saciar su sed de venganza. En la noche, en que espera á su enemigo, se le aparece un caballero disfrazado, y lo provoca á la pelea. Ludovico la comienza, pero sus golpes sólo hieren al aire.

En dicha biblioteca guárdase también un ejemplar impreso, muy raro y antiguo de esta comedia, en que se atribuye á Lope de Vega, aunque esta indicación no nos convenza de su verdad, porque su estilo no es en general el de Lope, como lo demuestran estos versos de su principio, que copio á continuación: FILIPO. Pasemos los rigores de la siesta En el eterno abril de la floresta.

Yo, cierto, que entendí de esta reyerta De Santa-Fé algun tanto, y de aquel hecho Por cosa averiguada tengo y cierta, Que hizo Lerma en ir grande provecho: Que en ver allá que estaba allí á la puerta, Quien guardar procuraba el fil derecho; La canalla Argentina reposaba, Y el nombre de Fílipo celebraba.

Por suerte á Doña Juana le cabía El Licenciado Vera por marido: Por Oidor en los Charcas residía; La misma plaza en Chile hubo tenido; Y en su tiempo el Arauco le temía, Que á vueltas de las letras ha servido A nuestro gran Filipo con la espada, Andando tras la gente rebelada. D. Francisco el Virrey, dicen, quisiera Casar á Doña Juana de su mano: A Garay le escribió que á Lima fuera.

Dice el numero cierto que ha pasado De soldados á España, forasteros, Sin los tres tercios nuestros que han baxado: Los Principes, señores, caballeros Que á servir á Filipo van de gana; Los naturales y los estrangeros. Y la muestra hermosisima lozana Que en Badajoz el Rey hacer pretende, De la pujanza de la union cristiana.

Las escenas inmediatas nos la presentan ya del todo cristiana y en traje de ermitaña; Filipo se acerca con un ejército, organizado para la extirpación del cristianismo, y prende, entre otros prosélitos de este culto, tan odiado por él, á su misma hija, y, sin conocerla, se la lleva cautiva.

Y también lo quedó Filipo, El Grande, pues a su modo recompensó al pintor dictando la siguiente orden: «A Diego Velázquez, mi pintor de Cámara, he hecho merced de que se por la despensa de mi casa una ración cada día en especie como la que tienen los barberos de mi Cámara, en consideración de que se ha dado por satisfecho de todo lo que se le debe hasta hoy de las obras de su oficio; y de todas las que adelante mandare haréis que se note así en los libros de la casa.

Pero si el alto cielo en darme enojos No está con mi ventura conjurado, Y aqui no lleva muerte mis despojos, Quando me vea en mas felice estado, O si la suerte, ó si el favor me ayuda A verme ante Filipo arrodillado, Mi temerosa lengua casi muda Pienso mover en la real presencia, De adulacion y de mentir desnuda, Diciendo: alto señor, cuya potencia Sugetas trae las barbaras naciones Al desabrido yugo de obediencia: A quien los negros indios con sus dones Reconocen honesto vasallage, Trayendo el oro acá de sus rincones, Despierte en tu real pecho coraje La desverguenza con que una bicoca Aspira de contino á hacerte ultraje.