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Mientras el viajero saltaba del coche, el señor Princetot se decidió a llamar a su criado, ordenándole que se hiciese cargo del equipaje. Delaberge había resuelto por último marchar valientemente hacia las soluciones más breves. Subió ligero los cinco escalones, entró con el dueño de la casa en la cocina en que relucían innúmeras cacerolas de cobre y fue el primero en hablar.

Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra. Fué ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma detención, ordenándole calma y descanso absolutos. No le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja.

Hubo un momento en que sintió el impulso de entrar en la alcoba e intervenir francamente en la plática; pero el temor de aparecer ante su hija como un hombre capaz de allegar el oído a la rendija de las puertas le contuvo. Aquella misma tarde hizo llamar a Beatriz, y ordenándole reserva, refiriole con pulcras palabras la historia del nacimiento de Ramiro.

Y como don Simón no tenía mucho tiempo que perder, se fué a su despacho, desprendiéndose a duras penas de su mujer, que no se cansaba de preguntarle cómos y cuándos, y se puso a escribir al encargado de su casa de comercio, ordenándole que, a vuelta de correo, le librase cuantos fondos tuviera disponibles y le dijera con qué otros podría contar y en qué fechas.

Un día, después de venir de su casa recibió Mendoza un volante ordenándole, en términos que no daban lugar a torcidas interpretaciones, que la sección del periódico titulada Noticias generales llevase por nombre, de allí en adelante, el de Noticias universales.

Pero en la familia hay una capellanía que ningún varón ha querido, y el tío Jeromo sacrificó de buena gana algunas haciendas para ayudar á costear la carrera á su hijo mayor y asegurarle la pitanza, ordenándole á título de aquélla, cuyas rentas, por solas, no alcanzaban á tanto.

Sacó una moneda y diósela al paje para que pagara sin tardanza su latrocinio, ordenándole en seguida que almohazara su caballo y aparejase el arnés, las ropas y las armas para un largo viaje que tenía que emprender al siguiente día.

Como el asunto era de poca monta y observaba no sin sorpresa el interés y aun ansiedad que su predilecta tenía en que el cocinero quedase, no tardó en concederlo, ordenándole que ella arreglase el asunto. Con esto el semblante de la chica se animó al instante, se puso como unas pascuas y comenzó a maniobrar en torno de su ama con extraordinaria presteza.

Por un lado, la mamá con sus sofoquinas y pellizcos, ordenándole que rompiese las relaciones con el hijo de Cuadros, por ser una proporción desventajosa y denigrante para la familia; y por otro, el tal señorito acosándola, enviando carta tras carta, unas veces en prosa y otras en verso, pero siempre repitiendo lo del corazón de hielo, pérfida, cruel, etc., etc.

Dejó uno de cada color en el suelo, y tomando el otro azul se lo mostró al perro, ordenándole que recogiese del suelo el compañero. ¡Caso extraño! Este acto tan sencillo como inofensivo despertó profunda indignación en el ánimo de Clavel. Gruñó, ladró, se revolvió como un loco por la habitación.