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Actualizado: 7 de septiembre de 2024


Estas ofrendas en especie al santo indican que aquello que, al parecer sobra, es precisamente lo que falta en el asilo; para que se enteren las almas caritativas que por allí caen rara vez a cumplir en una obra de misericordia, y que sus dádivas sean las que más se han menester en la pobre casa. Tintinea, cada vez más lejos, una campanilla, de voz resquebrajada y vieja.

De vez en cuando se abría con estrépito un balcón, y se veía una mano blanca que arrojaba a la calle algo envuelto en un papel; el hombre de la campanilla se bajaba a cogerlo, arrancaba el papel, y eran también monedas que inmediatamente introducía en el cajoncito verde: cuando levantaba la vista al balcón, estaba ya cerrado. Lo adiviné todo.

Salió al pasillo y gritó: ¿Vino doña Petronila? Ahora llama, contestaron. Entró la de Rianzares. Don Fermín le cortó el saludo en la boca. Ahora mismo hay que llamarla dijo. ¿A quién... a Ana? , ahora mismo. Don Fermín volvió a sus paseos. No quería conversación. La de Rianzares, sierva de aquel hombre, calló y entró en el gabinete. Pasó media hora. Sonó la campanilla de la puerta.

Sonó al cabo de una hora una campanilla dentro del cuarto, y la marquesa y el otro jesuita se apresuraron a entrar... El padre Mateu estaba sentado a la cabecera del lecho, extenuado y jadeante, como si en aquella hora escasa hubiera perdido el corto resto de fuerzas que le quedaban.

Cierto es que confiaba en el doctor, porque me había prometido librarme de este apuro; pero casualmente acababa de salir hacía muy poco rato y Magdalena había dado orden de que cuando yo llegara me hiciesen entrar en su habitación. »Yo escuchaba perplejo estas explicaciones que me daba la doncella, cuando sonó la campanilla de Magdalena, que preguntaba si había yo regresado.

Su anhelo era marchar delante. Habría deseado tener una campanilla para ir tocando por aquellos corredores a fin de que supieran todos qué gran visita venía a la casa. «Niña, no es preciso que nos acompañes dijo Guillermina que no gustaba de que nadie se sofocase tanto por ella . Nos basta con saber que están en casa». Pero la zancuda no hacía caso.

Aunque resuelto á no infringir nunca esta regla, Maugirón no llevaba su cordura hasta imponerse la obligación de almorzar solo, y como todos sus amigos estaban seguros de encontrarle en casa á las doce, rara vez callaba su campanilla y casi todos los días alguna voz de hombre ó de mujer decía alegremente: "Maugirón, un cubierto; vengo á almorzar medianamente contigo."

Entonces la preparaban el almuerzo y la ropa blanca y lo que había menester en otra habitación y cuando todo el mundo había desaparecido, hacían señal con una campanilla.

Pasé todo el día inquieto y nervioso escuchando el toque de la campanilla fúnebre por todas partes. A la verdad, no puedo decidir si la campanilla sonaba realmente, o eran mis oídos los que la hacían sonar. Compré cuantos papeles se vendían por las calles referentes al reo, y los devoré con ansia.

Emprendí otra vez la carrera furiosa, y cuando entró en la calle de la Borceguinería tuvo que acortar el paso y le alcancé. Seguile de cerca, y al entrar en la calle de San José me adelanté y fui a situarme delante del convento. No tardó en llegar y pararse. Observé que un individuo que estaba en el portal del colegio tiró de la campanilla y que la puerta se abrió instantáneamente.

Palabra del Dia

jediael

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