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Según el Daily Mail en una carta de su corresponsal en Berlín la antigua capital del imperio se divierte como en sus mejores días. Alemania está deshaciéndose, y los mismos hombres que hace apenas unos meses lo sacrificaban todo por ella, hoy le dedican al fox-trot sus energías restantes. ¿Es posible tanta depravación? preguntará el lector.

Anteriormente la tendencia natural de la población rural era la de dedicar todas las energías a la industria pecuaria, con perjuicio de la agricultura en cierto modo; pero últimamente se han hecho esfuerzos para que se divida y subdivida el terreno de las grandes estancias o haciendas en pequeños lotes, que son distribuídos entre los que carecen de tierras.

Bajo el imperio de esta obsesión había leído mucho y preguntado más, para confirmar el convencimiento de poseer en cada caso el cuadro sintomatológico de toda enfermedad, y era, entretanto, un organismo sano y preparado para vivir a base de una discreta metodización de las energías físicas e intelectuales, que había disipado con la incontinencia propia de la edad y del enorme caudal que poseía.

Estupiñá tenía un vicio hereditario y crónico, contra el cual eran impotentes todas las demás energías de su alma; vicio tanto más avasallador y terrible cuanto más inofensivo parecía. No era la bebida, no era el amor, ni el juego ni el lujo; era la conversación. Por un rato de palique era Estupiñá capaz de dejar que se llevaran los demonios el mejor negocio del mundo.

Y sin embargo, aquellos hombres de antaño apenas si paraban mientes en estas «pequeñecespara dedicar toda su poderosa inteligencia, toda su voluntad de hierro, todos sus nobles estímulos al fomento de las ciencias, de las letras y de las artes, al engrandecimiento de nuestros dominios, á la realización de épicas empresas con las cuales asombraron al mundo, pudiendo decir enfáticamente que: «en sus dominios no se ponía el solHoy por el contrario, pobres, descaecídos, faltos de ideales y de energías, habiendo dejado perder el inmenso patrimonio que nos dejaron nuestros abuelos, «armamos un dos de Mayoal encontrar á nuestro paso un montoncillo de basura.

No sin razón ha dicho Quinet que «el alma que acude a beber fuerzas y energías en la íntima comunicación con el linaje humano, esa alma que constituye al grande hombre, no puede formarse y dilatarse en medio de los pequeños partidos de una ciudad pequeña». Pero así la grandeza cuantitativa de la población como la grandeza material de sus instrumentos, de sus armas, de sus habitaciones, son sólo medios del genio civilizador, y en ningún caso resultados en los que él pueda detenerse.

¡Luceros de radiar inextinguible! ¡soles que apenas los humanos ven; almas, felices almas! ¿es posible que llegue a ser estrella yo también...? ¿Sabéis lo que es el río al parecer inerme, cuyas dormidas aguas espejan lozanías? Es el titán pacífico en cuyo seno duerme un nunca sospechado tesoro de energías. ¿Sabéis dónde ha nacido la plácida corriente?

Desde el primer «ensayo de mesa», hasta que la obra, mal aprendida aún, «baja á la concha», ¡cuántas horas monótonas, cuántas repeticiones, cuántos tanteos baldíos, cuántas energías apagadas en el martirio, sin gritos ni gestos, de la paciencia!... Al principio, el autor experimenta un placer inefable «en oírse». «Todo eso, tan bonito y «que suena» tan bien piensa, lo he escrito yo...»

Además, les es indispensable tener á sus espaldas la grandeza de una de esas naciones que son primeras potencias industriales, para encontrar con facilidad energías eléctricas gigantescas, fábricas capaces de producir nuevas maquinarias: en una palabra, para disponer de poderosos aliados y servidores.

De no estar el millonario, hubiera hecho la cuestión personal y en nombre de la inmortalidad del alma y de la moral cristiana, hubiese atizado unos cuantos puñetazos al impío, luciendo ante las señoras sus energías de apóstol. Aresti, arrastrado por el entusiasmo, no podía callarse.