United States or Antigua and Barbuda ? Vote for the TOP Country of the Week !


Edgard Quinet, que tan profundamente ha penetrado en las armonías de la historia y la Naturaleza, observa que para preparar el advenimiento de un nuevo tipo humano, de una nueva unidad social, de una personificación nueva de la civilización, suele precederles de lejos un grupo disperso y prematuro, cuyo papel es análogo en la vida de las sociedades al de las especies proféticas de que a propósito de la evolución biológica habla Héer.

No sin razón ha dicho Quinet que «el alma que acude a beber fuerzas y energías en la íntima comunicación con el linaje humano, esa alma que constituye al grande hombre, no puede formarse y dilatarse en medio de los pequeños partidos de una ciudad pequeña». Pero así la grandeza cuantitativa de la población como la grandeza material de sus instrumentos, de sus armas, de sus habitaciones, son sólo medios del genio civilizador, y en ningún caso resultados en los que él pueda detenerse.

El tipo nuevo empieza por significar, apenas, diferencias individuales y aisladas; los individualismos se organizan más tarde en «variedad», y por último, la variedad encuentra para propagarse un medio que la favorece, y entonces ella asciende quizá al rango específico: entonces digámoslo con las palabras de Quinet el grupo se hace muchedumbre, y reina.

Tal parece como si la Europa inteligente, la Francia sobre todo, palpitase allí en esas fisonomías de yeso, que despiden con sus reflejos de la luz que les viene de la techumbre trasparente, no qué del rayo luminoso y del calor que agita los cerebros inspirados de Lamartine y Víctor Hugo, de Guizot y Luis Blanc, de Quinet y Michelet, de Jorge Sand y Alejandro Cumas, y de tantos otros pensadores ó escritores eminentes.

Es forzoso, por lo tanto, que consigne una gran satisfacción que tuve luego; mi vanidad de madre se manifiesta demasiado, ya lo comprendo, pero... En una sesión pública celebrada por la Academia de Mâcón, hará unas tres semanas, a la cual asistió una multitud inmensa, todo el consejo general, todas las notabilidades de la ciudad y sus inmediaciones, leyéronse muchos e interesantes trabajos; M. de Lacretelle, un capítulo de la «Historia de la Restauración»; M. Quinet, joven gallardo y distinguido por sus conocimientos, un fragmento de un «Viaje a Grecia»; Alfonso debía recitar versos, se le esperaba con impaciencia; cuando llegó su turno, resonó un aplauso general; la concurrencia se puso en movimiento gritando, la mayor parte, que quería verle; colocose en un sitio convenientemente elevado para poder satisfacer los deseos del público, y empezó por una breve improvisación en prosa, suplicando y agradeciendo la benevolencia de sus conciudadanos y manifestando cuánto era su agradecimiento por el anticipado favor que se le dispensaba; este exordio gustó muchísimo y los aplausos se repitieron con entusiasmo.

Con esas estrofas en los labios, se sublevó un pueblo en masa, se levantó el entusiasmo guerrero y religioso, se triunfó del terror, y se inauguró una nacion que combatió sin tregua cien años por su independencia, entonando el himno varonil, que, como dice Edgar Quinet, «es una meseniana bíblica, que dió su ritmo á la revolucion, y por el cual los escritores del siglo XVI llamaron á Marnix nuevo Tirteo, alterum quasi Tirteum». Este gran poeta, profeta de la nacion Neerlandesa, es el mismo de quien ha dicho el austero Bayle, que cada verso de sus canciones valía por un libro; el mismo que redactó la constitucion de las Provincias Unidas y tradujo en verso la Biblia, que es la fuente de la lengua holandesa, siendo otra rara coincidencia, que tambien sea un poeta el criador de un idioma, cuya raiz y genealogía es necesario buscar en la poesía.