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El marques se hombrea con el pobre artista y el senador con el estudiante de derecho al derredor de la misma mesa; se habla de todo y en voz alta en todos los salones; se fuma cigarro y cigarrillo sin tregua, y todo el mundo está contento, expansivo y chistoso entre aquella atmósfera caliente y espesa que obra sobre los cerebros excitando el ingenio picante y la locuacidad.

Sin embargo, para no alargar esta conferencia sólo presento un pequeño número de casos citados a montones en estos pequeños opúsculos repartidos con profusión en nuestro pueblo. ¿Qué lógica, qué razonamiento podemos esperar de cerebros nutridos con tales absurdos, alimentados con patrañas de carácter tan pueril que no se comprende que hayan sido narrados por hombres de simple sentido común?

El continuo roce con Gabriel hacía germinar en sus cerebros, petrificados por el ambiente tradicional, un musgo de ideas semejante a las microscópicas vegetaciones con que las lluvias del invierno cubrían los contrafuertes berroqueños del templo.

Tal parece como si el pensamiento calentase aquellos cerebros de cera y animase sus gestos; y el visitante se impresiona de tal modo, que por momentos cree que la voz va á salir de los labios casi convulsos de aquellos séres artísticos, que tienen el calor, el aliento, la luz y la fascinapion de la vida física y moral.

A fuerza de estudiar, de desvariar, de rumiar y de buscarle tres pies al gato, sus cerebros se trastornan, ven visiones, tienen ideas extravagantes y toman sus sueños por verdades.

A la unidad ha sucedido la diversidad en la Europa toda: al sentimiento religioso el sentimiento patriótico: decaen las enseñanzas de la escuela católica, y empieza á surgir el racionalismo en los nebulosos cerebros de Juan de Paris y Guillermo de Occam; ocupan los reformadores la brecha abierta por los racionalistas, y á los atrevidos vuelos de la teología se sustituyen las maravillas de la física, alternando con los delirios de la alquimia y de la astrología.

La interpretación de ciertos simbolismos y la sorpresa de ver explicadas cosas que antes no comprendiera, derramaron en su alma una satisfacción tranquila, un goce exento de egoísmo, pero que llegaba a producirla cierta excitación, haciéndola experimentar aquella complacencia propia de los cerebros débiles que, al descubrir algo nuevo para ellos, piensan haber hallado lo verdaderamente extraordinario.

Creía contribuir a la revolución futura formando hombres, y al despertar de su ensueño se encontraba con criminales vulgares. ¡Qué espantosa decepción! Sus ideas sólo habían servido para destruir. Quitando a aquellos cerebros soñolientos los prejuicios de la ignorancia, las supersticiones del siervo, sólo había conseguido hacerlos audaces para el mal.

El pequeño semicírculo está rebosando de gente; pero la concurrencia no es selecta. Falta el atractivo picante de una recepción; sólo se ven las familias de aquellos que la Academia ha sido bastante indiscreta para designar a la opinión como los futuros laureados. Pero reina en aquel recinto un aire tal de serenidad, se respira una atmósfera intelectual tan suave y tranquila, que es necesario hacer un esfuerzo para persuadirse de que se está en pleno París y en la sala de sesiones del cuerpo que agita al mundo con sus ideas y progresos. Los ujieres son políticos, afables, hablan gramaticalmente, como corresponde a cerebros académicos, y cuando el extranjero les pregunta el nombre de alguno de los inmortales cuya fisonomía le ha llamado la atención, responden con suma familiaridad, como si se tratara de un amigo íntimo; Mais c'est Simon, Monsieur! Pardon; et celui-l

La idea parecerá descabellada, pero yo me atrevería a apoyarla con un precedente: los cerebros alemanes. Minuciosamente preparados por el Estado y exactamente iguales unos a otros, los cerebros alemanes de la avant-guerre podrían considerarse como un producto industrial.