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Pero Antón Perales no quiere ser menos que su contrinca, y paga otros ocho cuartillos que se beben con la misma solemnidad que los anteriores, con el mismo ceremonial, pero con mayor locuacidad de parte de los bebedores y con peor pulso de la del escanciador. Entretanto la tarde va acabándose, y el ganado y la gente que llenaban la feria se retiran poco á poco.

¡Fuera engañosas apariencias! grité yo . Por más que vuelvas a todos lados la vista, no encontrarás más familia que la que en estos momentos te rodea. La condesa con su mirada penetrante quiso imponerme silencio; pero yo no podía callar, y los pensamientos que se agitaban con febril empuje en mi cerebro, afluían precipitadamente a mis labios, dándome una locuacidad que no podía contener.

Suelen distinguirse por una insufrible locuacidad, efecto de la rapidez de percepcion, y de la facilidad de hilvanar raciocinios. Apénas juzgan de nada con acierto: y si alguna vez entran en el buen camino, bien pronto se apartan de él arrastrados por sus propios discursos.

En resumen: Perico, que tenía movimientos vivos y locuacidad inagotable, pero de hielo la cabeza, de tal suerte entendió las marchas y contramarchas, retiradas y avances de la empeñada acción que todos los días se libraba en el Casino, que después de varias fortunitas chicas, vino a caerle un fortunón, en forma de un mediano legajo de billetes de a mil francos, que se guardó apaciblemente en el bolsillo del chaleco, saliendo de allí con su paso y fisonomía de costumbre, y dejando al perdidoso dado a reflexionar en lo efímero de los bienes terrenales.

Y lo mejor de La Puchera, lo verdaderamente incomparable, está en aquellos capítulos donde el Lebrato y su hijo intervienen, con su locuacidad el uno, con su timidez el otro, los dos con el mismo natural resignado y austero, sacudido por bruscas impaciencias en el joven, acrisolado por divina serenidad en el viejo.

El Magistral oía ahora recogido en un silencio contemplativo; apoyaba la cabeza, oculta en la sombra, en una barra de hierro del armazón de la glorieta, en la que se enroscaban el jazmín y la madreselva; la locuacidad de Ana le sabía a gloria, las palabras expansivas, llenas de partículas del corazón de aquella mujer, exaltada al hablar de sus tristezas con la esperanza del consuelo, iban cayendo en el ánimo del Magistral como un riego de agua perfumada; la sequedad desaparecía, la tirantez se convertía en muelle flojedad. «¡Habla, habla así, se decía el clérigo, bendita sea tu boca!».

No sabía yo por dónde dirigirme. Llegaron a mis oídos voces conocidas, sonó en la cerradura de la puerta contigua ruido de llave, y salió mi tía Pepa, tendiendo los brazos. ¡Muchacho! ¡Muchacho! Mi Rorró, ven, ven para que te abrace! Estrechándome, repetía con su locuacidad de siempre: ¡Niño de mi alma! ¡Si estás tan alto que no te alcanzo! Entra para que te veamos. La emoción la ahogaba.

Ni siquiera tuve el consuelo de hablar con el padre vicario, cuya conversación me es tan grata, ni de encerrarme dentro de mismo y fantasear y soñar, ni de admirar a mis solas la belleza del terreno que recorríamos. Doña Casilda es de una locuacidad abominable, y tuvimos que oírla.

Este amor por la soledad, crecía diariamente en razón directa de mi melancolía. En fin, poco a poco perdí toda mi locuacidad, y si el señor de Pavol, no hubiera tomado a lo serio mi amor desde hacía tiempo, este solo hecho habría bastado para probarle su intensidad. Seis meses pasáronse así. Un día, el aniversario de mi llegada al Pavol, hallábame sentada en el jardín de la casa parroquial.

Por la tarde tuvo un atrevimiento que siempre le había prohibido ella. Entró en la casa que habitaba Margarita, hablando largamente con la portera para adquirir noticias. La buena mujer pudo dar expansión de este modo á su locuacidad, bruscamente cortada por la fuga de los inquilinos y su servidumbre.