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Actualizado: 27 de julio de 2025


Yo, aunque nada tuviese de común con este animal por mi figura menudísima, conseguí caerle en gracia, merced a una cierta entereza de que estaba dotado y a mi mucha aplicación. Estimó en cualidades que no tenía, y creyó sinceramente que estaba llamado a ocupar un alto puesto en las letras.

Sólo he de afirmar ahora que el Peor no merecía tal joya, ¡que había de merecerla! y que si fuese hombre capaz de alabar á Dios por los bienes con que le agraciaba, motivos tenía el muy tuno para estarse, como Moisés, tantísimas horas con los brazos levantados al cielo. No los levantaba, porque sabía que del cielo no había de caerle ninguna breva de las que á él le gustaban.

Dijo la gallina de cierto cuento: Poner huevo y no comer trigo, ésa no va conmigo. El anónimo levantó roncha en el espíritu de la señora, y se dió a pensar en la infidelidad del señor Mesía; y tanto zumbó en su alma el tábano de los celos, que decidió remontar el vuelo, caerle al cuello al perjuro y sorprenderlo en el gatuperio.

Conocíase esto en el modo de caerle la ropa, en no qué corte viril de las rodillas y los hombros; además, se traslucía en aquel hombre la altiva superioridad que dan juntamente la riqueza, el nacimiento y el hábito de ser obedecido.

Lo mejor fue para los hijos de la señá Joaquina y para el Pitusín, el niño ese... ¿no sabe la señora?, ese chiquillín que tiene consigo mi vecino Pepe Izquierdo... un hombre de bien, tan desgraciado como yo... No le quiero quitar al Pitusín la preferencia. Comprendo que lo mejor debe caerle a él por ser de la familia.

Á mi se me ha metido en la cabeza que ese chico te quiere, que ha sabido que yo venía á pasar aquí un mes, que ha oído decir que yo era viejo, y, con estos datos, el insolente ha supuesto lo demás. Don Fadrique decía todo esto con risa, para embromar á su sobrina; y, aunque dudoso de su recelo, algo picado de la desvergüenza del poeta, que por otra parte no había dejado de caerle en gracia.

Juan Pablo sentía increíbles deleites en ir al café, hablar mal del Gobierno, anticipar nombramientos, darse una vuelta por los ministerios, acechar al protector en las esquinas de Gobernación o a la salida del Congreso, dar el salto del tigre y caerle encima cuando le veía venir. Por fin salió la credencial.

Suponiendo que se mostrase insensible y la despreciase, ¿qué le importaba? Aquello era jugar un décimo de lotería: por de contado, no había de caerle el premio gordo; mas acaso el estanquero le ayudase a pagar el cuarto o le regalase algún vestidillo.

En resumen: Perico, que tenía movimientos vivos y locuacidad inagotable, pero de hielo la cabeza, de tal suerte entendió las marchas y contramarchas, retiradas y avances de la empeñada acción que todos los días se libraba en el Casino, que después de varias fortunitas chicas, vino a caerle un fortunón, en forma de un mediano legajo de billetes de a mil francos, que se guardó apaciblemente en el bolsillo del chaleco, saliendo de allí con su paso y fisonomía de costumbre, y dejando al perdidoso dado a reflexionar en lo efímero de los bienes terrenales.

Palabra del Dia

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