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Era como esos mascarones trágicos que en el arte decorativo aparecen echando flores de sus bocas monstruosas. Una de las deferencias más expresivas que Bou tenía con Isidora y su padrino, era ofrecerles participación en los billetes de Lotería que jugaba; pero como había tanta falta de dinero en la casa, rara vez se realizaba la operación.

Los jóvenes salidos de Deusto hablaban con fruición de ella y de los millones del padre. «¡Qué magnífico bocado!» Y cada uno acariciaba la posibilidad de que le tocase la lotería del matrimonio, en un país donde casi nadie se casa por amor y las uniones entre ricos son negocios vulgares convenidos por las familias con la ayuda y buen consejo de algún padre jesuíta.

Las de Portomar no, mujer... esas no... hay un señorón liberal, allá en Madrí, que pidió por ellas.... Pero... ¿y cómo, quién te dio el dote? Verás.... Yo echaba todos los meses un décimo a la lotería... todos los meses. ya sabes que la tía me hacía trabajar los domingos por la mañana; pero por las tardes, decía: «Anda, distráete... vete un poco a rezar a la iglesia». Bien.

Mi comercio de la calle del Pez se hizo agua una noche para sacarle de la cárcel, cuando aquel feo negocio de los billetes de lotería. La cacharrería de la calle de la Torrecilla se resquebrajó después, y pieza por pieza se la fueron tragando el médico y el boticario, cuando cayó Francisca en la cama con la enfermedad que se la llevó.

Llegó Navidad, llegaron esos días de niebla y regocijo en que Madrid parece un manicomio suelto. Los hombres son atacados de una fiebre que se manifiesta en tres modos distintos: el delirio de la gula, la calentura de la lotería y el tétanos de las propinas. Todo lo que es espiritual, moral y delicado, todo lo que es del alma, huye o se eclipsa.

Primero: aseguró un buen negocio contratando cierto trabajo de impresiones y etiquetas con un afamado industrial; segundo: percibió una herencia de ciento setenta mil reales; tercero: se sacó un segundo premio de lotería, importando cinco mil duros. ¿Qué tal?

Yo soy hija de juez dijo la que seguía a la nerviosilla ; y siendo hija de juez, a mi papá le sirven cuatro alguaciles, de levita, y le llaman usía; y además le pagan una onza cada día todos los españoles; y cuando va a Madrid, vive en los palacios del rey; y la otra noche me dijo en la mesa que si le tocaba la lotería me iba a comprar una caja de música.

Ensayó, y bien pronto las cacharrerías todas de Madrid expendían papel picado, que en comparación del antiguo era un modelo de elegancia, pues tenía figuras de majas, toreros y tipos populares. El único vicio de Juan Bou, si vicio puede llamarse, era la Lotería. No había extracción en que no comprase su par de décimos.

Pues digo, si lo que Dios no quiera, sobreviene la muerte a la hora menos pensada, y la coge así, le cayó la lotería». Si me muero, me llevo a mi hijo conmigo dijo la diabla, volviéndole a coger y estrechándole contra . Otra barbaridad. Hoy estamos de vena. ¿Pues no es mío?, ¿no le he dado yo la vida? ¡Cómo!... ¿darle vida usted? Hija, no tiene usted pocas pretensiones.

¿Qué es eso? la dije. Esto es que Dios me favorece, me contestó: son tres mil reales que he ganado a la lotería. ¡Ah! exclamé adivinando su intención. Tres mil reales que traigo a usted. ¿Y para qué quiero yo eso? ¿Para qué? me contestó mirándome gravemente, para que se reintegre usted de los dos mil reales que dio a la señora Adela. ¡Ah! ¿eres orgullosa?