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Actualizado: 29 de junio de 2025
Además, el maestro Juan Bou parecía reventar de gozo... Los oficiales no se explicaban la causa de esta alegría; unos la atribuyeron a la buena marcha del negocio de las Rifas; otros a que se había sacado el premio gordo de la Lotería.
Por espacio de un mes lo menos, y hasta que le vieron bien encarrilado, ni una silla le dejaron libre más que la que estaba próxima a la más joven de las chicas de D. Cristóbal. En el juego de la lotería, al cual se entregaba con pasión desordenada aquella sociedad, Nuncita se encargaba, sin que nadie se lo pidiese, de buscarles cartones que fuesen combinados.
El de más allá, aquel de mirada fosca y bigotes descuidados, es el empleado que pasa por ser el más digno porque tiene el valor de hablar mal contra el negocio de los billetes de lotería, llevado á cabo entre Quiroga y una alta dama de la sociedad manilense.
A la mitad de la calle del Arenal comenzó a seguirle un muchacho, empeñado en venderle un décimo de la lotería. ¡Mañana se juega! gritaba.
Y emprendía el viaje de París a Sevilla, pensando con orgullo en su padre y sus abuelos, que habían sido capitanes de los «judíos» de la Macarena, y en él mismo, que proporcionaba nueva gloria a esta herencia de los antepasados. En un sorteo de la Lotería Nacional había ganado diez mil pesetas, y toda la cantidad por entero la dedicó a un «uniforme» digno de su graduación.
Su grito bronco y desafinado llegaba perfectamente hasta la tienda y hacía sonreir á los padres graves en los momentos de silencio. La charla de éstos sólo llegaba á la trastienda cuando degeneraba en disputa. Á las diez se levantó una señora diciendo que era muy tarde. Las demás lograron convencerla de que debía esperar la última lotería.
Suponiendo que se mostrase insensible y la despreciase, ¿qué le importaba? Aquello era jugar un décimo de lotería: por de contado, no había de caerle el premio gordo; mas acaso el estanquero le ayudase a pagar el cuarto o le regalase algún vestidillo.
Cogió el sombrero y el bastón, apagó la luz y bajó la escalera velozmente. En un instante salvó el corto espacio que le separaba de la casa de su novia y penetró en la tienda, dando las buenas noches con menos aplomo que otras veces. Había ya alguna gente, porque era noche de lotería. Paco Ruiz se hallaba sentado sobre el mostrador mordiendo un cigarro, como la vez primera que le vimos.
Y vea usted cómo han fallado mis cálculos: en la Bolsa, la suerte siempre de espaldas, y en el club; hasta la lotería... mi número sin querer salir... Del cajón de la mesa sacó un puñado de billetes de lotería, arrugados, que arrojó al suelo.
Kate subió apresuradamente a un coche, y una hora después entregaba todas las cartas a su señora: entre ellas venía por equivocación el billete de la lotería que la noche anterior compró Juanito Velarde al retirarse a su casa. ¡Extraña burla de la suerte!
Palabra del Dia
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