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Yo me aproveché de la ocasión diciendo que había sido atrevimiento ofrecerles nada, pero que me hiciesen merced de aceptar unas telas que me habían traído de Milán, que a la noche llevaría un paje que les dije que era mío, por estar enfrente aguardando a su amo, que estaba en otra tienda, por lo cual estaba descaperuzado.

Conque en esto, consultamos el caso ayer mismo con don Claudio; y, naturalmente, nos aconsejó que viniéramos, respondiendo él de que seríamos bien recibidas... ¡Pues no faltaría más! como nos dijo el señor de Fuertes: «¿qué tienen ustedes que ver con lo que en otros tiempos hubo o no hubo entre los de arriba y los de abajo, siendo ya eso puchero de enfermo y ustedes unas señoras en toda regla, que no van a pedir a nadie media peseta para los panecillos del almuerzoConque al saber que ustedes habían llegado anoche, nos dijimos: vamos a saludarlos y a ofrecerles la casa y nuestros respetos, porque arrieros somos... y casi parientes además; y esta mañana nos echamos encima lo primero que tuvimos a mano... Porque nos gusta mucho a mamá y a andar decentes, eso , pero sencillitas, muy sencillitas, como ustedes pueden ver... lo que no quita que tengamos siempre de reserva alguna cosilla de más lujo, por si acaso truena gordo a lo mejor... Al revés que otras de aquí, que se llevan el cofre entero cada vez que se echan a la calle, ¡uff!

El segundo puente, construido en 1840, domina otro abismo: el profundo vallecito del Gotleron, riachuelo que baja al Sarina, despuntando casi la Villa-nueva, por entre un enjambre de molinos. Si me detengo en estos pormenores no es por manía de hacer descripciones. Repito que no escribo sino para los Hispano-colombianos, y por eso quiero ofrecerles en todo ejemplos provechosos.

Las que la tienen, no me querrán a que no puedo ofrecerles más que lo que ellas poseen ya, esto es, un nombre. Por eso me he fijado en una que carezca de él y tenga dinero. Está bien pensado. Aunque sea transigiendo un poco, debemos salvar nuestros nombres de la ignominia.... Pero Esperanza es una niña excelente. Se ha educado ya entre nosotros. Será una dama cumplida que te honrará.

Fué, pues, necesario, para obtener la cooperación entusiasta de esos hombres, ofrecerles algo que estuviera más en consonancia con sus deseos y aspiraciones; y...... ¿Será necesario repetir aquí lo que sabe todo el mundo y nadie se atreve á negar?

Chisco y Pito Salces ayudaban a desmontar a los que no traían espolique, que eran los más, y se apoderaban de sus caballos; Neluco y don Pedro Nolasco les salían al encuentro en la escalera y me los presentaban a después a la puerta de la salona, desde donde los conducía a mi gabinete, que había vuelto a ser, por aquel día, estrado o sala de honor, y en cuya mesa de centro había un agasajo de vinos generosos y bizcochos de soletilla, con el cual los brindaba tan pronto como concluían las salutaciones y cortesías de rúbrica, sin perjuicio de que llegaran luego Mari Pepa o su hija, muy vestidas y aderezadas ya de día de fiesta, aunque luctuosa, a ofrecerles algo de mayor sustancia, por si estaban en ayunas, como leche, caldo o chocolate... o magras de jamón con huevos estrellados; pero todos optaban por la copeja de vino con bizcochos, «reservándose para después...». «Después» era la comida del mediodía, terminados los funerales.

Y deseó que se concluyese pronto la novena a fin de enterarse. Era noche cerrada cuando salieron de la iglesia. El joven forastero acostumbraba a esperar a doña Rosalía y su sobrina en el pórtico, ofrecerles agua bendita y acompañarlas a casa en unión de otras vecinas, lo cual le permitía emparejarse con su novia y sostener con ella conversación aparte.

Pero todas las madres de niñas casaderas las adoraban, no se hartaban de bendecirlas y adularlas. Saludábanlas de media legua, y al salir de la iglesia se apresuraban a ofrecerles el brazo para que se apoyaran. En cambio, las que tenían algún hijo varón en edad de casarse solían mirarlas con recelo y antipatía, las llamaban por lo bajo chochas y entremetidas.

El primero es D. Marcelino, el mismo que cuatro horas antes había salido de su tienda y, con riesgo inminente de la vida, había detenido los caballos del carruaje en que iban los condes, tan sólo por el placer de ofrecerles una copa de Jerez y una rosquilla de Santa Clara.

Era como esos mascarones trágicos que en el arte decorativo aparecen echando flores de sus bocas monstruosas. Una de las deferencias más expresivas que Bou tenía con Isidora y su padrino, era ofrecerles participación en los billetes de Lotería que jugaba; pero como había tanta falta de dinero en la casa, rara vez se realizaba la operación.