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Actualizado: 1 de septiembre de 2024
Necesitaba mi emoción como un aplauso. Empecé á pensar en el ingeniero, luego en Olga, y fuí adivinando todos los actos de mi protector con algunos minutos de antelación. Casi fué un deporte agradable para mí ver cómo la realidad se iba plegando á mis inducciones. El automóvil abandonó las calles iluminadas, como yo había previsto.
Paula reía también pasando y repasando sus manos por la cabeza de la criatura. Cuando haga falta un perulero para el aceite, ya sabéis dónde lo habéis de hallar prosiguió Concha. Disipada la lástima, adivinando que la chiquita había caído en desgracia, las criadas se entregaban a la alegría cambiando bromas sin gracia, pero que las hacían reír perdidamente.
Nieves, que toda era ojos y respiración, para gozar a sus anchas de la luz y los aromas de que estaba inundada la campiña, adivinando la malicia envuelta en la pregunta de Catana, contestó a la de su padre, sonriéndose con la rondeña: Es una salida como otras suyas, por no mentir. Teme que lo sientas si te dice que no la gusta... por lo menos tanto como...
Nunca habían existido entre Pierrepont y aquel ejemplar, a quien Pedro encontraba de continuo en el taller de Fabrice, grandes simpatías, por cuya razón ponía Calvat esmeradísimo empeño en poner de relieve, sobre todo delante de Beatriz, a fin de mortificarla, las calaveradas del marqués, adivinando las secretas solidaridades de ésta con un hombre nacido en su misma clase social.
No haga V. caso: nunca he soñado en bailar; pero menos ahora que me encuentro en tan agradable compañía. La chica estaba tan asustada todavía, que no supo dar las gracias. Adivinando su inquietud nuestro joven, prescindió de las bromas habituales en él y comenzó a tratarla con más respeto.
Mina, adivinando el término de esta fraseología, se ruborizaba, echándose atrás con instintiva conservación. No; siempre diría no. En otros tiempos, tal vez; cuando ella era joven y hermosa; cuando tenía la certeza de que podía dar felicidad y orgullo con la limosna de su cuerpo. ¡Pero ahora!... Se daba cuenta de su ruina.
Yo me eché a reír, adivinando que se figuraba que todos los gallegos eran criados o mozos de cuerda. Se puso un poco colorada y dijo: No es por nada malo... no crea usted que yo quiero rebajarlos. En los días sucesivos observé que el sentimiento de conmiseración por la desgracia de haber nacido en Galicia no se desvanecía, mostrándome cierta simpatía y benevolencia no exentas de protección.
Pero Jaime, al contemplar a esta compañera de soledad, atravesaba con la imaginación su áspera mascarilla, adivinando sus serenas facciones y el misterio de sus ojos orientales, rasgados en forma de almendra. La veía como nadie podía verla. Sus largas horas de contemplación silenciosa habían acabado por borrar el rugoso antifaz, obra de los siglos.
Me miró, con sus ojos llenos de aflicción, adivinando la compasión que había despertado en mí; luego volvió su mirada hacia el capuchino, hacia ese hombre de cara dura y barba canosa que poseía la clave del secreto de Burton Blair. Yo permanecía de pie detrás de la pesada columna, inclinado reverentemente, pero alerta.
A veces deteníase el recitante, adivinando las incomprensiones de ella, y repetía los versos, explicándolos. La antigua artista suspiraba con arrobamientos de admiración. La hacía estremecer esta música, en la que entraban por igual el encanto de los versos y la voz que los recitaba con rítmica melopea.
Palabra del Dia
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