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Actualizado: 1 de mayo de 2025


Gracias, Excelencia dijo el viejo, adivinando su magnánima respuesta. El comandante había desaparecido. Tampoco le encontró fuera de la casa. Un soldado trotaba cerca de la verja para transmitir la orden. Vió cómo la escolta repelía con las culatas al grupo vociferante de mujeres y chiquillos. Quedó limpia la entrada.

Eran mujeres iguales á las que lloraban ó gritaban de entusiasmo al otro lado de la verja; sin colorete, sin artificios, con el pelo libre de postizos, con las mejillas limpias y los ojos agrandados por una emoción que había venido á sustituir los antiguos retoques del lápiz negro: ojos serenos que miraban al porvenir heroicamente, adivinando la proximidad de la desgracia.

Así estando una noche descansando En tierra el capitan con mucha gente, Algunos de temor se recelando, Temian el suceso subsecuente: Y el ánimo presago adivinando, En lo futuro mal inconveniente, El Capitan el sueño prometia, Como en Madrid, seguro en demasía.

Al hablar se miraban de frente con una fijeza curiosa, como extrañados de no haberse conocido antes, adivinando cada uno con rápida clarividencia lo que pensaba el otro; pensamientos que se desarrollaban fuera del curso de sus palabras. Al día siguiente sintieron la necesidad de verse... y al otro... y al otro.

La muchedumbre lanzó aclamaciones, pero éstas no iban dirigidas á la persona del Hombre-Montaña, como días antes, sino á su nuevo traje, en el que veían un símbolo de abdicación y de esclavitud. Adivinando otra vez la hostilidad que le rodeaba, Gillespie quiso retroceder hacia su vivienda, pero un leve abejorreo sonó en torno á su cabeza.

Nadaba instintivamente, adivinando lo que debía hacer antes de que se lo aconsejase su maestro. Despertaba en su interior la experiencia ancestral de una serie de marinos que habían luchado con el mar y algunas veces se quedaron para siempre en sus entrañas. El recuerdo de lo que existía más allá de la blandura golpeada por sus pies le hacía perder de pronto su serenidad.

Mas no tuvo Monote que echar de nuevo los bofes, pues Batiste se alejó fingiendo haber desistido de tal compra. Vagó por el mercado, mirando de lejos otros animales, pero vigilando siempre con el rabillo de un ojo al gitano, el cual, fingiendo igualmente indiferencia, le seguía, le espiaba. Se acercó á un caballote fuerte y de pelo brillante, que no pensaba comprar, adivinando su alto precio.

Rafael intentó decir que la encontraba más hermosa que antes, y así lo creía de buena fe. La veía más cerca de su persona: era como si descendiese de su altura para aproximarse a él. Pero Leonora, adivinando sus palabras y queriendo evitarlas, se apresuró a seguir hablando.

¡Abandonarlo todo por ella! ¡Correr la tierra, libres y orgullosos de su amor!... Y en ese mundo encontraría a muchos de sus antecesores contemplándole con mirada curiosa e irónica; sobrevivientes de las pasadas aventuras que, en su presencia, la desnudarían con la mirada, adivinando de antemano las frases entrecortadas que ella había de decir por la noche, los extravíos de su pasión nunca satisfecha.

Un empleado del Municipio había confesado aturdidamente que tenía veinte años, sin pensar que con esto causaba su muerte. ¡Mentira! repitió la madre, adivinando por instinto lo que hablaban . Ese hombre se equivoca... Mi hijo es robusto, parece de más edad, pero no tiene veinte años... El señor, que lo conoce, puede decirlo. ¿No es verdad, señor Desnoyers?

Palabra del Dia

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