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Actualizado: 1 de julio de 2025
Pero transcurrieron algunos días sin que Judit viera presentarse a nadie, lo cual le parecía muy extraño, porque la joven carecía de instrucción, pero no de talento. Su candor y su sencillez reconocían por causa la ignorancia, no la inocencia; y rememorando lo que había podido comprender, y adivinando una parte de lo que no comprendía, empezó a inquietarse, a estremecerse.
Indudablemente, aquel trasto de Rafaelito había relatado a Roberto lo del caballo. Estaban seguras de que todo el paseo conocía el desagradable suceso, adivinando lo que vendría después.
En el mismo momento que el santo decidió dedicarse á Dios, tembló el suelo y se estremeció toda la casa, quedando esta abertura como recuerdo. Era el demonio que acogía de este modo la resolución del santo. Sería de rabia dijo Aresti con gravedad imperturbable. De rabia y de miedo contestó el hermano con modestia. Tal vez el maligno tembló, adivinando que el santo iba á fundar nuestra Orden.
Aresti sonreía ante la solicitud de acólito respetuoso con que mimaba á Sánchez Morueta, adivinando sus antojos de enfermo; la rapidez con que le ofrecía una cerilla, apenas se apagaba entre sus débiles dedos el cigarro con que le había alegrado poco antes. Doña Cristina miraba al joven, que parecía indeciso, no sabiendo cómo iniciar la realización de algo que había prometido.
Y ella, adivinando que este acercamiento repentino sólo era por el deseo egoísta de no verse solo, burlábase de sus aventuras en el buque. A usted, paisano, únicamente le interesa lo extranjero. No tiene ni una mirada para lo de casa... ¡Claro! Las de la tierra somos poco distinguidas, no tenemos chic, como dicen esas señoras que hablan con Isidro. Fernando la miró con interés creciente.
Va usted a ver, Ojeda, como esto termina mal dijo con rabia . Yo no vengo aquí para hacer reír... Al primer tío de ésas que me toque, le suelto un mamporro. El mayordomo, discreto, adivinando los pensamientos de Maltrana, hizo una seña; los gendarmes volvieron sobre sus pasos y el escribano se apresuró a dar otro nombre: Herr Doktor Muller.
Confiando en la audacia inverosímil que representaba este golpe de mano, en la sorpresa que iban á sufrir los adversarios, avanzaron por las calles como por un terreno conocido, dirigiéndose al cuartel de la policía. Los vecinos que tomaban el fresco ante sus casas saltaban de las sillas y desaparecían, adivinando lo que significaba este rápido avance de hombres armados.
Eran versos, versos alemanes de extremado sentimentalismo, que Ojeda entendió vagamente, adivinando el misterio de unas estrofas por el sentido de otras mejor comprendidas.
Recibía un cintarazo por la izquierda, y al volverse encontraba un segundo Morales que le atizaba por la derecha. Luego un tercer Morales le tiraba al cráneo por lo alto, un cuarto lo hacía saltar golpeandole entre las piernas, y así sucesivamente, hasta que pedía misericordia. Los más valientes de la provincia empezaron á hablar de él con temor, adivinando su secreto.
Estos elogios a sus facultades de dueña de casa y el deseo de verla madre de familia la hacían encogerse de hombros y contraer el rostro con gestos de repugnancia. «Vámonos siguió diciendo mudamente . No la oigas más.» La madre los dejó en libertad, adivinando de pronto lo inoportuno de su presencia. Sigan ustedes su paseo. Las viejas estorbamos siempre a los jóvenes.
Palabra del Dia
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