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Tendremos que salirnos a la calle a comer, o a la escalera, o llevar una cerilla en el bolsillo para vernos las caras en la sala larga. A cualquiera otra parte. Crea usted que hoy nos van a dar bien de comer. ¿Quiere usted que le diga yo lo que nos darán en cualquier fonda a donde vayamos?

Zaratustra saliendo de la cuadra, levantó una cortina de percal rameado, pero Maltrana sólo vio una intensa obscuridad. Echa una cerilla dijo el trapero.

Y sin aguardar respuesta tomó la caja de cerillas de su mesa de noche é hizo brotar la luz. Al volver la cabeza dió un grito y se le cayó la cerilla de la mano. ¡! ¡! ¡! repitió con espanto en las tinieblas. ¡!... Yo soy, Soleá... ¡Perdóname que haya dado este paso!... El cariño que te tengo me ha vuelto loco...

Al arrojar la cerilla en el suelo, esta cayó encendida, y Fortunata la miró con vivo interés, recordando una de las supersticiones que le habían enseñado en su juventud. «Cuando la cerilla cae prendida se dijo y con la llama vuelta para una, buena suerte». Maxi entró cansado y meditabundo; pero al ver a su mujer se puso alegre. ¡Todo un día sin verla!

Recuerda la señora haber oído algo acerca de los primeros fósforos o mistos que vinieron al mercado, y aun haberlos visto. Era como una botellita en la cual se metía la cerilla, y salía echando lumbre.

Ya el otro le había sentido, y se vino derecho al bulto, con la cerilla en la mano. ¡Sobrinito! exclamó el filósofo, ¿qué haces aquí, en mis dominios?

Encendió una cerilla y entonces vió en el tabique de la cabecera que en otros tiempos había sido blanco, un crucifijo y varias estampas de colores, representando generales contemporáneos, con el ros calado y el pecho cubierto de bandas y cruces, héroes de la guerra que se habían cubierto de gloria entregando territorios al enemigo ó fusilando en masa á indígenas indefensos.

Anduve detrás de mi madre, cogido a su falda, sin dejarla hacer nada, hasta que vino el viejo Irizar, con su traje negro y su sombrero de copa, y me tuve que sentar junto a él en el banco del centro. Poco a poco fueron entrando mujeres vestidas de luto, que se arrodillaban, extendían paños negros en el suelo, desarrollaban la cerilla amarillenta y la encendían.

Había sobre la cómoda una bujía en su palmatoria, y me apresuré a encenderla con una cerilla de mi fosforera.

Algo alejados de ambos grupos y arrimados a una columna, se percibían no muy distintamente tres bultos menudos, con los cuales necesitamos poner al lector en relación por breves instantes. Uno de ellos sacó una cerilla para encender el cigarro, y aparecieron tres rostros de catorce o quince años, frescos, risueños y maliciosos que volvieron a borrarse al morir el fósforo.