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Actualizado: 1 de junio de 2025


Paz, movida de un sentimiento de mujeril delicadeza, corrió a la estufa, cortó dos magníficas rosas y, dándoselas al chico, además de la que llevaba prendida, le dijo: Estas dos, las mayores, para tu novia: esta otra pequeña, la que yo tenía puesta, para Pepe: ¿entiendes? ¿Conque tienes novia? Pues, ¿qué cree Vd., señorita, que soy de palo?

En los movimientos nerviosos de su cabeza, dos o tres hojas de la rosa encarnada que llevaba prendida en el peinado, cayeron al suelo. Pedro las veía caer.

Paz seguía con la moneda en la mano, más avergonzada que el chico. ¿Me haces un feo? Eso no: y que vea Vd., deme usted esa rosa que tiene Vd. prendida en el pecho: luego yo se la doy a mi novia: Vd. tendrá muchas así, y de esas no se venden en la calle.

Poco después, la luna bañaba deliciosamente los jardines; y yo, muy fresco, de corbata blanca, entraba del brazo de Camilloff en el «boudoir» de la generala. Era alta y rubia, tenía los ojos verdes de las sirenas de Homero; en el descote bajo de su vestido de seda llevaba prendida una rosa blanca; y en los dedos, que yo besé respetuosamente, erraba un perfume fino de sándalo y de .

Siempre solo, como el Santa Lucía en Santiago de Chile, como la Exposición en Lima, como el Botánico en Río, como el Prado en Montevideo, como Palermo en Buenos Aires. Sólo los domingos, los atroces y antipáticos domingos, se llenaba aquello de gente, paqueta, prendida con cuatro alfileres, oliendo a pomada y suspirando por la hora de volver a casa y sacarse el botín ajustado.

El cura, al terminar su descripción, tenía el rostro tan inflamado que daba miedo. Algunas gotas de sudor le salpicaban la frente. Se le había caído la servilleta, que estaba prendida por una punta al alzacuello. Habrán cogido ustedes muchos prisioneros dijo Andrés. ¿Cómo nosotros? repuso el tío con acento irritado. Yo no he sido nunca militar... ¡ni ganas!

Eran hermosas de ver, en aquel domingo, en el cielo fulgente, la luz azul, y por entre los corredores de columnas de mármol, la magnolia elegante, entre las ramas verdes, las grandes flores blancas y en sus mecedoras de mimbre, adornadas con lazos de cinta, aquellas tres amigas, en sus vestidos de mayo: Adela, delgada y locuaz, con un ramo de rosas Jacqueminot al lado izquierdo de su traje de seda crema; Ana, ya próxima a morir, prendida sobre el corazón enfermo, en su vestido de muselina blanca, una flor azul sujeta con unas hebras de trigo; y Lucía, robusta y profunda, que no llevaba flores en su vestido de seda carmesí, «porque no se conocía aun en los jardines la flor que a ella le gustaba: ¡la flor negra!».

Pero como viviréis en la corte, si os casáis, vuestra madre podrá reconoceros, ya que no pueda por vuestro nombre, en la primera ocasión en que presentéis en la corte á vuestra esposa prendida con ese aderezo, si es que vuestra madre no ha muerto cuando vos os caséis.

Así te sabe a demonios. Bien empleado te está todo lo que te pasa, muy bien empleado. Tanta turbación había en el alma de la esposa de Rubín, que la ira estaba en ella como prendida con alfileres, y el menor accidente, una nada, determinaba la transición de la rabia al dolor, y de la energía convulsiva a la pasividad más desconsoladora.

A un lado y a cierta distancia del joven señor, se hallaba un rico y elegantísimo narguilé, cuyo flexible y luengo tubo tenía el joven señor asido por el extremo, dejando ver la gruesa boquilla de ámbar, prendida al tubo por un anillo de refulgentes esmeraldas.

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